En este mismo diccionario alguien señaló que los del voto nulo eran poco más que unos agitadores de taberna, unos «hooligans» de la convivencia que cargan bolígrafos como bengalas y lanzan su mensaje blasfemo a la urna. Distorsionadores de la democracia, alborotadores, graciositos, gamberros o despistados. Gente en el extrarradio de la civilización, por torpeza o vileza, igual da. ¡Qué poca mesura quien así los catalogó! ¿Pues no es a veces la literatura el único síntoma de lucidez? Revisas las papeletas de la mesa, repasas mentalmente las promesas incumplidas y las mentiras descaradas, recuerdas a los amigos expatriados por el sistema y a los familiares expulsados de la rueda. Te centras en ti, que estás sin blanca, y en los partidos, que han dejado el blanco y el negro y se confunden en una escala de grises. Ninguno quiere ser de izquierdas pero todos evitan decir que son de derechas. Recuentas los sábados perdidos en tertulias nocturnas y también las elecciones que llevas en la mochila: cuántas van ya y cuántas cosas no han cambiado aún. Así que desenfundar el boli es puro instinto, igual que coger la papeleta y estampar sin complejos un «Rafa Benítez, presidente». Gamberro, graciosito, distorsionador de la democracia. Echa la sal a la urna y Corre, Conejo.