El mismo día del excluyente debate mediante el que Atresmedia, ha querido indicar amablemente al electorado cuáles deben ser sus cuatro opciones de voto, el presidente de la CEOE era entrevistado por El Mundo y marcaba cuál es el terreno real de juego político. El patrón de patrones se mostraba tranquilo porque «lo importante es que veo que ningún partido destrozaría la política económica actual». A la pregunta de si ya no veía a Podemos en ese papel, respondía que «ni a Podemos, porque no dice que vaya a subir un 10% las pensiones, ni va a dejar de pagar la deuda pública». Como remate y respondiendo a si veía a Pablo Iglesias moderado añadía: «Aparte de verlo a él, leo su programa y lo comparo con los de las europeas y las autonómicas y municipales. Van haciendo un programa cada vez más parecido a los que quieren ganar las elecciones». Si lo dice el señor Rosell no tengo nada más que añadir.

La ciudadanía ansía cambios, especialmente por lo que toca a la política. Son muchas las personas que perciben que los responsables tradicionales y sus partidos no forman parte de la solución a sus problemas. El bipartidismo lleva muchos meses desmoronándose ante la alarma general de quienes más se han beneficiado del españolísimo capitalismo de casino. Ante el temor a perder las riendas de la situación se ha tenido que pergeñar a toda prisa una operación de salvaguarda del sistema. Ante la caía del PP y huída votantes a la abstención, se ha cocinado y alimentado cuidadosamente a Ciudadanos, una nueva forma de presentar la derecha española inmaculada y con renovados bríos para seguir atacando los derechos laborales con contratos únicos para despidos más baratos.

Ante la caída del PSOE y el ascenso de la izquierda alternativa nada mejor que presentar una nueva izquierda que con sibilina amabilidad impone que no hace falta seguir protestando en las calles, y menos con el viejo sindicalismo, ni nacionalizar nada, y de cosas viejas como la república o la OTAN ni hablar, porque ya vienen ellos a redimir a la superada clase trabajadora, con superior conocimiento de la realidad y un clarividente «gobierno de los mejores».

Otros actores, mismo drama. La campaña debería servir para contrastar propuestas, pero se transforma en ejercicio de marketing político en el que las maniobras de distracción, ocurrencias o anécdotas, se convierten en sustancia comunicativa. El voto acaba así orientado más por motivos impulsivos y viscerales que reflexivos y racionales. Estamos nuevamente en una campaña en la que las mismas encuestas que señalan la elevada indecisión van orientando el voto. Mientras, se genera la opinión de que unos partidos tienen más opciones que otros por la orientación deliberada de determinados medios de comunicación.

Y para rematar la jugada los programas van amoldándose a las necesidades gatopardísticas de los amos del casino: que todo cambie para que nada cambie. Terreno abonado para la frustración del electorado que espera cambios pero se va a encontrar con que sólo cambiarán los actores sobre el escenario pero el drama representado acabará siendo el mismo.

Mientras tanto algunos seguiremos defendiendo lo de siempre: la dignidad de la clase trabajadora a la que pertenecemos.