Idealistas, soñadores, ingenuos sin redención. El adjetivo se atribuye en tono paternalista a ese colectivo llamado a naufragar en las elecciones, pues sus anhelos no se pueden satisfacer desde la arena de un mitin. Al 15M se le llamó movimiento quijotesco por su irradiante originalidad, su programa de máximos, su afán por conquistar la política desde la periferia, proponiendo incluso una nueva galaxia terminológica, hasta que envejeció con la chepa de los partidos. No sirva esto como reproche, es que es el único horizonte programado para los utópicos: envejecer y aceptar las reglas, presentándose el domingo en la cola con la papeleta en el bolsillo. Eso, les advierten desde el flanco derecho, o sucumbir en su lucha por una neodistopía estalinista. En esa dualidad está uno de los aspectos más curiosos del término: el quijotesco es un ser socialmente aceptado hasta que se sospecha que ha perdido la candidez. En ese momento aparecerá un moderado para señalar su «aventura quijotesca», ya en tono peyorativo. Por si no había quedado claro, un quijotesco suele ser declaradamente de izquierdas, sin fintas hacia el centro. Adivinen qué partido encaja mejor en el término y miren qué les auguran las encuestas. Lo dicho, envejecer o sucumbir.