Érase una vez el cuento de La Lechera, o sea de la Transición: el de Alberti y La Pasionaria bajando del brazo las escaleras del Congreso y un locutor acalorado anunciando que el PCE había sido legalizado, mientras un yerno ideal y centrado democratizaba el Estado ayudado por el «savoir-faire» de un rey que, como en todo cuento, era muy bueno y magnánimo y no pensaba en cazar elefantes ni en cobrar comisiones. Habrá una vez otro cuento „es cuestión de tiempo„ sobre La Nueva Lechera, o sea la Segunda Transición. El de un joven airado con coleta y otro joven recién duchado y en traje naranja entrando triunfantes en el Parlamento para regenerar el sistema y purificar el lodazal, y un locutor acalorado anunciando que la reforma de la Constitución acaba de ponerse en marcha para devolver a España la higiene arrebatada por los corruptos. Todo ello, con plazas llenas de gente-sí-se-puede y treintañeros y cuarentones profesionales liberales sintiéndose al fin protagonistas de su Historia, como antes lo fueron sus padres («yo corrí tras los grises»). Cuando se cuente el cuento de La Nueva Lechera, allá por el año 2050, todos estarán hartos de la Segunda Transición. Dirán que el tetrapartidismo ha instalado un sistema rígido incapaz de reformar nada. Que la partitocracia se ha instalado en la médula del sistema. Que ellos no votaron la Carta Magna vigente. Que la voz de la sociedad civil está muda. Entonces, a uno se le ocurrirá llamarlos «casta» y otro enarbolará la canción «Habla, pueblo, habla». Y la rueda volverá a girar. Y sólo los de siempre comerán perdices.