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Ambiente

Empresarios a 30 grados

El intenso calor en un recinto demasiado pequeño para seis mil personas, el refuerzo de la seguridad en torno a Rajoy y la reaparición empresarial marcan el cierre de campaña

Empresarios a 30 grados

Corría la broma de que para boicotear el acto central de los populares en Valencia, Cacsa había cortado el aire acondicionado tras descubrirse la rebaja en el alquiler del Ágora en el mitin de Mariano Rajoy durante las europeas de hace año y medio. Lo cierto es que el chorro de aire funcionó, pero resultó insuficiente.

Los rigores de los más de 30 grados, entre potentes focos, cuatro mil personas sentadas y varios cientos más apiñados de pie, evidenciaron que las arcadas interiores del museo Príncipe Felipe „los arcos del triunfo según Isabel Bonig„ resultan un recinto muy justo para un acto de esta envergadura. En el exterior, una veintena de autobuses colapsaba el acceso a la Ciudad de las Artes. Y para evitar cualquier otro boicot, la seguridad quedó reforzada al máximo, dentro y fuera, tras la agresión al presidente del Gobierno el miércoles en Pontevedra y al menos cuatro escoltas vigilaban de cerca a todo aquel que se le acercaba. El selfie con el presidente ya no resulta tan fácil.

Entre quienes sudaron la camiseta figuraban los empresarios, históricos aliados de los populares y ahora entre guiños a otros partidos como Compromís. Ayer reaparecieron tras su ausencia en el acto de hace dos semanas. En primera fila, el presidente de Cierval, José Vicente González y el de la Cámara de Comercio, José Vicente Morata, compartían espacio con el sindicalista Daniel Matoses mientras los populares valencianos sacaban a los clásicos, agua, financiación y corredor, que, esta vez sí, vendrán si gana Rajoy. No queda más sociedad civil. El resto, candidatos, alcaldes y exalcaldes, cargos políticos y muchos «ex» de la era de Alberto Fabra, a quien, por cierto, el líder del PP saludó casi sin mirar.

Rajoy está lejos de levantar pasiones como en los mejores tiempos de Francisco Camps y las apelaciones a Valencia prácticamente han desaparecido de su discurso, que es más plano. Ni siquiera nombró a Rita Barberá su gran referente en la Comunitat Valenciana. La exalcaldesa sí subió al escenario para cantar el himno valenciano al final. En primera fila el portavoz del PP en Parlamento Europeo, Esteban González Pons, y a la izquierda de Rajoy el ministro de Asuntos Exteriores y candidato por Alicante, José Manuel García-Margallo, con el que pareció compartir confidencias.

Tampoco el espacio elegido permite aquellas vueltas al ruedo con las que cerraban las poderosas exhibiciones de músculo en la plaza de Toros. Esta vez, el contacto se redujo al recorrido por el pasillo central, que el presidente tardó 30 minutos en recorrer, mucho más que el tiempo que ha dedicado a valencianizar su discurso en las tres visitas a la Comunitat Valenciana esta campaña.

Y en el escenario, la animosa tropa de Nuevas Generaciones rodeaba a Rajoy, pero ese ya no es, ni mucho menos, el perfil medio del simpatizante, más cercano al aplauso cuando se apela al mantenimiento de las pensiones que a entonar Que bote Rajoy. Ese es hoy uno de los grandes bastiones del PP. Y, tal vez, el más seguro.

Ni el himno del PP es ya el mismo. Resulta más potente, más rockero, pero ha perdido su esencia. Al simpatizante le gusta más el de toda la vida. Rajoy se arrancó con un bote, pero se le notaba más cómodo con el Yo soy español con el que cortaron su discurso varias veces. Con Elena Bastidas, Vicente Betoret, que presentó a Isabel Bonig como «la más grande», y la propia lideresa regional llegaron una tras otra las señas de identidad, senyera y lengua propia, a la que se ha unido en las últimas semanas la defensa de los pueblos pequeños. El auditorio se arrancó con el Som valencians, mai catalans y con sílbidos cuando Bonig citó a Ximo Puig y Mónica Oltra.

Muchas banderas españolas y valencianas y una única pancarta, Torrevieja con Rajoy dieron colorido a una visita que no dejó ni un sólo mensaje nuevo.

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