Como cada noche electoral, el apocalipsis les llegó a los jinetes casi entrada la madrugada. A continuación se les presentaba un lunes de pies pesados, reproches velados por los pasillos y una soledad corpórea. Seis escenarios tan ficticios como plausibles. Pablo Iglesias: El juego se acabó. El hombre que con unas probetas y bata blanca universitaria analizaba teorías políticas y comportamientos electorales, que con más inteligencia y astucia consiguió convertir en algo «hipster» al marxismo y sacarlo de la pancarta izquierdunidera, para ese hombre terminó el juego. Tic-tac, tic-tac y la cuerda podemita se agotó. Podemos quedó en tercer o cuarto puesto y sin pactos a la vista. De tomar el cielo por asalto a entrar con la cabeza gacha y por imperativo legal en el Congreso. ¿Aguantará cuatro años como un diputado zombi mendigando segundos de gloria en el telediario y con cuatro años de sequía por delante? Uno lo ve cortándose la coleta y volviendo por la puerta grande a la Universidad, con «master class» a precio Monedero, tertulias de talonario y presidente honorífico de Podemos. Vigilen las puerta giratorias, que sí se puede. ¡Que si se puede! Mariano Rajoy: «Qué hueco este salón de Moncloa y cuántas aristas le han salido a este sillón, mullido refugio en los peores días, cuando salió lo del mensaje a B. ¿Cuándo se me cayó la derecha? Pedro, astuto malandrín, aquel insulto tuyo acabó calando. Qué ironía desplomarse en los cuatro días sin sondeos. En fin, es hora de recoger, aunque hoy ni salgo de este salón ni me quito el batín. ¡Eh! ¿Cómo ha entrado ese cuervo por la ventana? ¿Y qué me grita, ese diablo? ¿Está diciendo ´nunca más´?». Pedro Sánchez: La califa andaluza ya tenía los cuchillos afilados y costó poco cortarle el cuello al socialista que no pudo evitar un Rajoy II pese al austericidio, la indecencia de Génova, 13 y la barcenodependencia por SMS. Quedar segundo no fue suficiente. Se activaron todos los resortes del partido más perfeccionista en el harakiri. El PSOE volvía a ser un partido andaluz. Albert Rivera: Había quien pasaba cerca del despacho del ya excandidato y escuchaba sus arrebatos autodestructivos. Al orador del estilo impecable se le oían el lunes de cuarta plaza exabruptos que encogerían el corazón de su electorado. Se le escuchó mentar a Dios. Lo que nadie pudo ver es aquel instante de silencio del excandidato frente a su imagen desnuda en un póster, mientras en su cabeza retumbaban cuatro siglas: UPyD. Andrés Herzog: Dado que ya era un zombi político, un muerto viviente en campaña que aguzó la compasión de los más empáticos, el varapalo electoral no cambió nada. Ninguna cámara se quedó cuando presentaba la dimisión. La llave del partido se tiró al río. Y a Herzog lo arrojaron detrás donde ya nadaba Rosa Díez. UPyDEP. Alberto Garzón: Adelante, señor presidente, y enhorabuena de nuevo.