En los últimos años se ha destacado usted por una crítica feroz al nacionalismo. ¿Es consustancial al nacionalismo hacerse con el poder y no soltarlo?

Se ha visto en todos los casos esa voluntad de perpetuación. En el fondo, el nacionalismo no es otra cosa que el viejo caciquismo español de siempre con Autonomía y banda de música. De hecho, el nacionalismo se entiende con el Gobierno central con los mismos mecanismos que ya usaban los caciques, que consiste en decirle "tú déjame a mí mano libre en mi territorio, que yo te apoyo a ti en el Parlamento con mis diputados". Canovas y Sagasta gobernaron así durante decenios.

¿Es el nacionalismo una enfermedad de la política, como creían personas tan distintas como Ortega o Lenin?

Yo creo que el nacionalismo es una dolencia, pero también que algunos son peores que otros. Hay casos graves y casos leves. Hay algunos nacionalismos que no pasan de ahí, de ser puro caciquismo actualizado, y luego hay otros que tienen un componente étnico, o que juegan con la amenaza del independentismo. Aunque lo que quieren no sea la independencia, sino la gestión indefinida de esa amenaza, que es lo que da dinero y posibilidades de influencia. Eso es lo que tenemos. Lo malo es que se ha creado la impresión de que todo el mundo, para lograr ventajas políticas, tiene que poner cara de nacionalista. Y así, lo que ocurre es que nadie quiere ser como los demás, cuando lo perfecto sería que en un Estado de Derecho, todos fuéramos como los demás, iguales en derechos y garantías.

En las reformas de los Estatutos de Autonomía que se han producido en los últimos años se tiende a resaltar la diferencia como un valor.

No lo es. La diferencia no es un valor, es un hecho. Si en ocasiones ese hecho tiene valor en la gestión de la comunidad, pues es lógico que se tome en cuenta. No es lo mismo administrar una región insular que una región de montaña. Pero las diferencias no son para enorgullecerse. Lo de que hay que ser diferente por ser diferente, lo de que uno es algo porque no se parece a otro, eso es algo clínicamente estudiado. Alguna gente ingenua puede caer ahí de forma inocente, pero en general, cuando se traslada a la política, yo creo que se hace porque es algo rentable.

Dijo usted una vez que su patria es su infanciaÉ

Le copié a Rilke. Lo que podemos llamar patria está ligado a los recuerdos de infancia. Pero también hay una patria ilustrada, una patria racional que son los derechos, la ciudadanía, las garantías, la abolición de la pena de muerte. Yo creo que esa es mi patria y la de los hombres libres.

En el País Vasco camina con dificultades el acuerdo entre socialistas y conservadores. ¿Es un pacto exportable a otras regiones?

Allí era un pacto necesario. Desde los movimientos cívicos vascos luchamos mucho por él, mientras que los que hoy forman ese pacto nos acusaban de ser crispadores por proponerlo. Yo creo que se ha visto que ese acuerdo era imprescindible si se quería ofrecer una alternativa al nacionalismo. Sólo el hecho simbólico de que haya un gobierno no nacionalista es de enorme importancia. Porque una cosa es saber que uno pertenece a una nación, y otra cosa ser nacionalista. Creo que ahora se puede vivir en el País Vasco sin necesidad de griteríos, y volver -con toda naturalidad- a ver la Vuelta ciclista a España, a que la selección Española juegue, a escuchar el discurso del Rey el día de Nochebuena, a saber que formamos parte de un país, y no una especie de antipaís. El nacionalismo debe ser un proyecto político entre otros, pero no es aceptable que sea obligatorio que los nacionalistas sean los que tengan que mandar. La mentalidad de que los que no son nacionalistas no pueden dirigir el Gobierno, es fruto de un mito, de un pintoresquismo que en el País Vasco ha causado muchos muertos.

¿Por qué al nacionalismo le ha resultado tan sencillo seducir ideológicamente a la izquierda?

Pues es algo que siempre me ha dejado asombrado. Además, no ocurre en otros países de Europa. En Europa, hay nacionalismos, pero son muy de derechas o de extrema derecha. Porque todos los nacionalismos son retrógrados. Y el lema de la izquierda ha sido siempre el internacionalismo. Pero aquí se produjo un cruce con el multiculturalismo y el anticolonialismo, que contagió a las izquierdas que se dicen nacionalistas.

¿No pudo también tener algo que ver con una respuesta al centralismo de la época de Franco?

El separatismo ha sido el enemigo de la democracia y la modernización en España desde el siglo XIX. Es la continuidad del viejo carlismo, la decisión de negarse a crear un país.