Aguantar abucheos entra dentro del sueldo de los políticos, pero no deja de ser un sapo. Un sapo y un clásico en el día del desfile de las Fuerzas Armadas con ocasión de la Fiesta Nacional desde que preside el Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero. No recuerdo que ocurriera en tiempos de Aznar, ni siquiera tras la intervención en Iraq y eso que por aquellas fechas Madrid vivió días de masivas manifestaciones de ciudadanos protestando contra la participación de España en aquella guerra lejana. Quiere, pues, decirse, que los abucheos y gritos de ¡Zapatero dimisión! que desató la llegada del presidente al lugar del desfile procedían de ciudadanos que nunca han tenido intención de votar al PSOE. Le piden que se vaya quienes ni le votaron antes, ni lo harían ahora. No creo que se pudiera extrapolar las manifestaciones de descontento más allá de ése registro ideológico, aunque las encuestas que hemos conocido en los últimos días dan qué pensar dado el elevadísimo número de ciudadanos que manifiestan su desconfianza en Zapatero. Pero quienes expresan su desagrado o incluso su hartazgo exigiendo la dimisión del jefe del Gobierno deberían recordar que en democracia no hay atajos. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que si bien es legítimo expresar el descontento frente a una forma de gobernar interpretable en alguna de sus manifestaciones como desgobierno, no habría que olvidar que los políticos que han sido elegidos en las urnas sólo pueden ser repudiados en las urnas. Los plebiscitos, los movimientos de masas, se avienen mal con los usos y costumbres de las democracias avanzadas. Entre los abucheos y las urnas, siempre las urnas.