­Hubo un tiempo en que Ratna Sari Dewi Sukarno era más famosa que Francisco Paesa, un detalle significativo porque fueron novios de conveniencia en la década de los setenta. El inventivo pícaro madrileño se presentaba como industrial y banquero, mientras cortejaba por aguas del Mediterráneo español a la viuda del presidente indonesio Sukarno.

En las fotos que inmortalizan la relación amorosa, sería fácil confundir a Paesa con un Peter Pan empapado del elixir de la eterna juventud, donde el énfasis ha de situarse en la eternidad del agente múltiple que urdió su propia muerte pero se negó a participar en ella. Sin embargo, no adelantemos obituarios.

La bella Dewi Sukarno –en realidad, una japonesa llamada Naoko Nemoto– acusaba a Suharto de haber complotado contra su esposo. Las teorías de la conspiración acompañan a Paesa incluso en la figura de sus ilustres novias. El noviazgo fue interrumpido con brusquedad por la inclemente Interpol, que en el 1976 detuvo al playboy. Como nunca mentía del todo, desarrollaba en efecto una actividad empresarial a la sombra del dictador guineano Francisco Macías. Después fue asociado con un golpe a su sucesor Obiang, una tarea en la que han participado figuras de impecable pedigrí, como el hijo de Margaret Thatcher.

Se saben tantas cosas de Paesa que su figura está plagada de contradicciones. Ni el propio espía sería capaz de desentrañar las verdades y ficciones de su biografía. Logró engañar simultáneamente a ETA, al gobierno español y a Luis Roldán, al que acabó por entregar como un consumado cazarrecompensas. Además, comparte con el también irreal Ben Laden una imputación por parte de Baltasar Garzón. Sirvió de símbolo al declive del felipismo, sumido en las alcantarillas del Estado.

Seguramente en memoria de la viuda Sukarno, el falso diplomático decidió que el sudeste asiático ofrecía el marco exótico que requería su muerte inventada. La esquela anunciaba el óbito en Tailandia, mediado el año 1998. Las treinta «misas gregorianas que se aplicarán por su alma» surtieron efectos milagrosos y vivificantes. La incineración al otro lado del mundo no impidió que el ave fénix renaciera literalmente de sus cenizas, cuando había fallecido para toda España a excepción de Interviú.

Siempre juvenil a sus 75 años actuales, Paesa se las apaña periódicamente para ser parcialmente atrapado. Esta técnica le garantiza la recuperación periódica de las portadas, sin desprenderse del aura misteriosa. La última muesca en su pasaporte corresponde a Sierra Leona, donde fue obsequiada con diamantes ensangrentados la Naomi Campbell a quien hubiera seducido con facilidad en alguna de sus anteriores reencarnaciones.

De nuevo se acusa a Paesa de tráficos ilícitos, si la ley tuviera algún sentido en la peripecia de un estajanovista que se aplica a rajatabla el retraso de la edad de jubilación predicado por las autoridades económicas. ¿Qué septuagenario europeo vacía los asientos de un avión de Senegalair para arriesgar su vida por los cielos africanos? Mejor dicho, ¿qué europeo se subiría a un aparato de Senegalair?

Puede omitirse la versión ofrecida por Paesa de su último escarceo, salvo para certificar que su imaginación novelesca permanece intacta, ahora repleta de máscaras de oro de un hipotético coleccionista francés. Aunque fue uno de los hombres más buscados de europa, el expediente del fantasmagórico personaje está hoy más limpio que el de un conductor sin descuentos en los puntos del carné.

Esta evocación de Paesa peca adrede de falta de combatividad. Se debe seguramente a que su aventurerismo parece inofensivo, por comparación con los atropellos revelados por el desmantelamiento del entramado financiero legal. Cabría tal vez alguna referencia a los traficantes de muerte en forma de armamento, pero este celo pacifista suena descabellado en territorio OTAN.

Frente a las pensiones millonarias de ejecutivos de cajas de ahorro que jamás asumieron mayor riesgo que el incendio de la moqueta, Paesa ha estado a la altura de su leyenda negra, digna de un capítulo entre los protagonistas ficticios de la Historia universal de la infamia. Ha derrochado la creatividad que se precisa para superar la crisis económica, y es una de las personas más célebres que nunca existieron. Y sigue aquí, en vida o lo contrario, porque hacerse el muerto es la mejor garantía de supervivencia.