Pedro Solbes cultivó la fama de ser un ministro serio y solvente en una etapa, bien es cierto, de gabinetes que inducían a la risa y evidenciaban una flagrante insolvencia. En aquellos mundos de Zapatero, la suya era la imagen del hombre consciente, afligido por la cuenta de resultados, que se enfrentaba a la incomprensión de unos gobiernos manirrotos en una huida impensable hacia el precipicio que todavía no ha acabado. Obviamente no tenían esa percepción de él quienes recordaban la última etapa de Felipe González, cuando se llevaba la mano continuamente al nudo de la corbata para aflojarlo, dando la impresión de ser alguien a punto de ahorcarse. La peseta sufría entonces sucesivas devaluaciones.

Ahora Solbes, para profundizar en la leyenda, se ha destapado con un libro de recuerdos que tiene, entre otros, el aliciente de saber por él mismo lo difíciles que fueron sus relaciones con el entonces presidente del Gobierno. El problema es que para retratar a Zapatero, el exministro de Economía se retrata a sí mismo asegurando que tenía que haberse ido en el momento en que, sin embargo, decidió quedarse.

No sale tampoco bien parado manteniendo que Zapatero pudo hacer por la economía más de lo que hizo, cuando él mismo en aquel debate electoral televisivo frente a Manuel Pizarro se prestó a colaborar con el optimismo antropológico de su exjefe mostrándose interesadamente molesto con la palabra recesión y repeliendo a su adversario político con que era prematuro hablar de crisis. Tan convincente resultó ser el ministro socialista que Pizarro, pese a llevar razón en lo que advertía, tuvo que dedicarse a otra cosa.

Lo que Solbes pretende explicar en su descargo no sale bien librado de la confrontación con la teoría despreocupada de la crisis que mantuvo en aquel debate. Lo primero que uno se pregunta es si mintió entonces o, por el contrario, miente ahora. En cualquier caso, el exministro ha dado nuevamente las muestras de fiabilidad a que nos tiene acostumbrados y con las que tan bien nos ha ido.