Es una pena que hayan empezado a emitir la nueva serie de aventuras y desventuras políticas de Pedro "el guapo" -así leí que lo llaman los periódicos alemanes-. Es una pena que todos estemos exclusivamente pendientes de la misión imposible de llegar a La Moncloa, distraídos y buscando ansiosamente, en este juego de trileros, dónde estará la dichosa bolita de la presidencia del Gobierno. Es una pena porque nadie se da cuenta de que, en realidad, ya estamos en plena precampaña electoral y el asunto de tomar las riendas de la recuperación económica va para largo. Y es una pena porque este mes los juzgados están que arden de casos de corrupción y habría que estar atentos a la jugada.

Resulta que por fin empezamos a hacer la digestión de toda la grasa saturada que nos metimos en el cuerpo durante aquella gloriosa década española en la que la economía tocó el cielo y la ética bajó al infierno. ¿No pedíamos que los juzgasen a todos, que les fueran enseñando el caminito de la cárcel? Hace un tiempo, una profunda sensación de impunidad se extendía por España. Los tiempos de la policía y la justicia resultaban exasperantemente lentos para la urgencia ciudadana. Todos necesitábamos que alguien limpiase la calle de tanto desperdicio pero ya. Pues bien, ya estamos en ello. En este glorioso febrero judicial en la Audiencia Nacional ya se ha abordado, o se está abordando, el caso Neymar (al fin el fútbol deja de ser el gran paraíso fiscal y legal de España), también el juicio por el agujero de la Caja Castilla-La Mancha; ayer se vió el asunto de la destrucción del ordenador de Bárcenas y el próximo martes día 9 se reanudarán las vistas del caso Nóos, contra la Infanta y el exduque empalmado, hoy jurídicamente muy fláccido. El mismo día tendrán que desfilar varios empresarios por el caso Pujol y el día siguiente les toca a Jordi y Marta Ferrusola, padres y padrinos. El día 16, le toca al expresidente de Abengoa, por las indemnizaciones que se fijaron antes de salir de la empresa y de que ésta presentara un concurso con 9.000 millones de euros por sus deudas. Tres días después le toca a Rodrigo Rato, en una nueva investigación, aún secreta, sobre corrupción entre particulares y blanqueo de capitales. Y además de todo esto, el PP de Valencia está saltando por los aires, en una monumental falla donde arden todos. Todos menos Rita, ignífuga, refractaria al caloret abrasador de la corrupción, ninot indultado por el momento en la gran fiesta del blanqueo y el trinque sin complejos.

Todo esto está pasando. Estamos dirigiendo el bolo alimenticio que teníamos atascado en el estómago ciudadano, lo que nos daba tantos ardores. Pero ahora ni le prestamos atención. Pasamos los días distraídos con las andanzas de los cuatro elementos políticos (agua, fuego, aire, tierra) que van y vienen de La Moncloa sin encontrar compatibilidad alguna entre si. El agua apaga el fuego, etc. Estamos dejando pasar momentos que tendríamos que grabar en nuestra memoria como letras sobre el mármol para que toda esta orgía de desvergonzados no vuelva a desatarse. Ejemplo. El lunes, el expresidente de Caja Castilla-La Mancha, el exdiputado socialista Pedro Hernández Moltó, declaró que él no tenía ni idea del agujero de 182,2 millones de euros que escondían detrás de unas cuentas que mentían diciendo que había 29,8 millones de beneficios. Le explicó al juez que su papel en aquella caja de los truenos económicos era el de "animador sociocultural". ¿Cómo? En un país que no estuviera tan distraído con el jueguito de tronos de La Moncloa, este señor no podría salir nunca más a la calle.