La moción de censura de Podemos contra el presidente de Gobierno llevaba camino de convertirse en un discurso a la cubana, de aquellos de Fidel Castro de media jornada, y en esto llegó Rajoy. Tras dos horas de intervención de la portavoz del partido morado, con un relato previsible, en un tono que remeda a su líder y que cerró con lo que ya es una consigna ("este país no aguanta a este Gobierno") lo más probable, según el guion parlamentario, era que subiera a la tribuna Pablo Iglesias, el aspirante, para terminar de copar la mañana.

Pero Rajoy, después de mantener la incertidumbre durante los días previos sobre si hablaría o no optó por hacerlo tras Montero, una decisión calculada para dejar en evidencia que ni siquiera considera al número uno de Podemos como un auténtico candidato a sustituirlo: su moción se sabe fallida de antemano. La elaborada intervención del presidente (45 minutos, mordaz y refranera según su estilo anticuado) fue contundente, casi hasta la sangre, con Montero y anticipó las réplicas que, previsiblemente, ya no dará al aspirante ("Pablo Iglesias Turrión", como se empeñan en llamarle quienes quieren romper el efecto icónico de su nombre"). Al contraponer el milagro económico conseguido bajo su mandato con el panorama dramático del discurso de Podemos, la corrupción quedó reducida, como siempre que habla Rajoy, a un asunto menor y circunstancial del que nadie está libre. Nada nuevo en la Carrera de San Jerónimo.