Durante los 45 días que el Congreso ha tardado en convocar la moción de censura de Pablo Iglesias contra Mariano Rajoy, el debate político se había centrado en encuadrar esa iniciativa como un ataque directo para hurgar en la herida de los socialistas en la lucha por el liderazgo de la izquierda frente al gobierno del PP y en los ataques machistas contra Irene Montero, portavoz de Unidos Podemos, el grupo parlamentario que promovía la moción de censura con 67 diputados y que únicamente contaba con el apoyo de Esquerra Republicana de Catalunya, Compromís y Bildu. Una censura condenada al fracaso. En poco más de dos horas de discurso, Montero, sin embargo, logró borrar de un plumazo los argumentos que habían alimentado esa guerra política durante el último mes y medio. Y, a la vez, con un Pablo Iglesias en un tono más moderado con el PSOE, abrió la puerta a un entendimiento con los socialistas "más pronto que tarde" para acabar con Rajoy.

La portavoz de Unidos Podemos, durante la presentación de la moción, disipó cualquier duda sobre su capacidad. Muy pocos de los que la han criticado con ferocidad y sin razón durante las últimas semanas sólo por el hecho de ser mujer y por su relación con Pablo Iglesias serían incapaces de hilvanar -estén de acuerdo o no con su opinión- una intervención tan dura, tan clara y, sobre todo, tan entendible y pedagógica para los ciudadanos como la que hizo Irene Montero desde la tribuna de oradores. Tiró de un argumentario demoledor con un ataque frontal al PP. Corrupción generalizada como una forma de gobierno, mentiras compulsivas y parasitar las instituciones para saquearlas como resumen de la gestión de Rajoy. "La sede de la corrupción está en Génova 13", proclamó Irene Montero en una frase que situaba en los despachos del PP el epicentro de toda una "trama de poder" para mantenerse en el gobierno y seguir con sus "privilegios". "Han convertido la corrupción en una forma de gobernar", disparó.

Quedó claro y meridiano, efectivamente, que la moción de censura -un mecanismo extraordinario para remover al Gobierno que sólo se ha utilizado en tres ocasiones en las cuatro décadas de la actual etapa democrática- tenía como objetivo atacar la gestión del PP aunque Irene Montero y también Pablo Iglesias tuvieron la habilidad, además, de disputarle a los socialistas el terreno de juego sin cortar las líneas de comunicación. Todo lo contrario. No era lo mismo que esta moción de censura se hubiera celebrado con una victoria en las primarias socialistas de la andaluza Susana Díaz -una de las promotoras de la abstención que evitó el trago al PSOE de unas terceras elecciones pero que a la vez le concedió el mando a Rajoy- que el claro triunfo de Pedro Sánchez para volver a ponerse al frente de Ferraz. Y Unidos Podemos supo modelar su posición a ese nuevo escenario que puede acabar provocando otra moción de censura -el reglamento permite presentar una por periodo de sesiones- con más opciones de prosperar a sabiendas de que la que se votará en unas horas está condenada al fracaso.

Hubo un elogio a Pedro Sánchez por haber denunciado durante su campaña interna en el PSOE una confabulación de poderes mediáticos y económicos para hacer presidente, en su día, a Rajoy, una situación que los militantes socialistas, como subrayó Irene Montero y también el propio Pablo Iglesias, se han encargado de rechazar. Gesto de Unidos Podemos que evitó cargar con excesiva dureza contra aquella abstención del PSOE a la espera de que Pedro Sánchez controle el partido y, quizá, pueda mover ficha en el futuro con otra moción de censura. Seguir marcando la estrategia política a los socialistas. Y disputarles la iniciativa de la izquierda, el objetivo con el que Pablo Iglesias y los suyos vienen trabajando desde que "montaron" Podemos. "Esperamos encontrarnos más adelante y ponernos de acuerdo más temprano que tarde", lanzó el líder morado en un tono más o menos conciliador con una oferta de diálogo al PSOE como pedía, por ejemplo, la líder de Compromís, Mónica Oltra, en la línea de plantear una alternativa posible y que tuviera opciones reales de acabar con el mandato del PP.

El "váyase, señor González" se convirtió en "márchense, señores del PP"

La contundencia del discurso de presentación de la moción de censura sacó a Rajoy de su escaño y le obligó a subir a la tribuna a defenderse. No tenía demasiada capacidad para salir al contraataque. El presidente del Gobierno es un excelente parlamentario. Uno de los mejores. Pero se quedó en lugares comunes. Habló de la estabilidad, de la necesidad de Podemos de que todo vaya mal para sacar la cabeza y definió la moción de censura como una "farsa", algo que quedó en entredicho por la decisión de Rajoy de salir en primera persona al primer ataque de los morados sin esperar, ni tan siquiera, al discurso de Pablo Iglesias que ejercía como candidato. Nadie se defiende tan pronto si no cree que algo le va a hacer daño.

Con ese arranque del debate entre la dureza de Irene Montero y la respuesta en vivo y en directo de Rajoy, la intervención del líder de Podemos y a pesar de que la figura de Pablo Iglesias siempre emerge en busca del foco mediático casi quedó como un segundo plato. Mucho ruído y pocas nueces. Incidió en el excelente diagnóstico que puso sobre la mesa Irene Montero. Es lo mejor que hace Podemos: diagnosticar. Casi parafraseó, seguro que sin pensarlo, a Aznar. El "váyase, señor González" se convirtió en "márchense, señores del PP". Pero sin embargo, una vez más, no fue capaz de recetar soluciones claras y convincentes. Muy pocas. Y sin un tratamiento que aplicar al enfermo no existe, desde luego, una alternativa.

Pablo Iglesias lo sabía. Era consciente de que no tenía votos y de que su rumbo tenía que cambiar. Y, por eso, sí puso la primera piedra -otra cosa es lo que ocurra después- para convencer a los socialistas de la posibilidad de un pacto en el futuro. La votación de esta moción de censura evidenciará que Pablo Iglesias junto a los votos de otras fuerzas de izquierda como ERC o Compromís no tiene apoyos suficientes. Pero también que está dispuesto a pactar con los socialistas en una futura moción de censura. Y que además Rajoy tiene 170 escaños fijos contando con Cs, seis menos que los que consiguió hace unas semanas para conseguir la mayoría absoluta y poder aprobar el presupuestos y comprar -con el aval casi incondicional de los de Albert Rivera y una generosa lluvia de millones para el PNV y Nueva Canarias- su continuidad. Así que la partida no se acaba. Sigue adelante.