"Matar a los infieles. Solo dejar a musulmanes que siguen la religión". Esto lo escribió Moussa Oukabir, uno de los terroristas abatidos en Cambrils, en una red social en 2015 cuando solo tenía 15 años y a ojos de su entorno era un adolescente como otro cualquiera. Sin embargo, este mensaje revela que el joven ya había comenzado por entonces a manifestar actitudes radicales. En apenas dos años, Moussa y otros 11 chicos de Ripoll se convirtieron en yihadistas dispuestos a matar y a morir.

Vecinos, familiares, profesores y educadores sociales de los integrantes de la célula yihadista de Ripoll no salen de su asombro. Con el paso de los días la sorpresa va dejando paso a una mezcla de rabia, pena e impotencia. ¿Cómo pudo pasar que el imán de la mezquita, Abdelbaki es Satty, formara todo un comando de jóvenes fanatizados? ¿En qué momento unos chicos que en general llevaban vidas 'normales' eligieron el camino de la violencia? ¿Por qué nadie lo vio?

"Estamos ante un problema de gran complejidad en el que intervienen múltiples factores al mismo tiempo", advierte el coordinador del departamento de Derivas Sectarias del Colegio Oficial de Psicólogos de Cataluña, Miguel Perlado, quien advierte que se trata de "problemas vinculados a la identidad, al sentirse perdedor, no entendido, sentimientos profundos que suelen estar ocultos".

Los atentados de Barcelona y Cambrils han vuelto a hacer aparecer interrogantes ya surgidos hace 13 años tras el 11-M de 2004. ¿Cómo se produce la radicalización yihadista y cómo se puede luchar contra ella?

Un informe del Real Instituto Elcano que analiza la radicalización de 178 detenidos por terrorismo yihadista en España entre 2013 y 2016 destaca que el contacto con un agente de radicalización y la existencia de relaciones afectivas entre los miembros de las células yihadistas son elementos clave en este proceso.

El papel de los reclutadores

Según el estudio, en el 86,9 % de los casos los individuos estuvieron guiados por un captador y se radicalizaron en grupo. En el 73 % de los casos el contacto con el agente radicalizador conllevó una interacción cara a cara, mientras que solo en el 17,6 % implicó un contacto únicamente virtual.

El caso de la célula de Ripoll encaja en el primer perfil. El imán de la mezquita usó su cargo como gancho para captar a los jóvenes, pero luego continuó el adiestramiento fuera del centro religioso, cara a cara, de forma concienzuda y lejos de ojos curiosos, para no levantar sospechas.

Una captación de manual. "Los grupos terroristas tienen un núcleo de secta innnegable desde el punto de vista de su jerarquía interna y de los sistemas de atracción y retención de sus miembros", señala Perlado, con 18 años de experiencia tratando a exmiembros de grupos adoctrinantes.

Y como sucede en esos grupos, se apunta a colectivos vulnerables: los jóvenes. "Aunque los adultos también son manipulables, suelen serlo más los jóvenes porque se mueven por ideales que se unen a frustraciones emocionales", dice Perlado, y esto es justamente un punto débil que un reclutador eficiente sabe explotar. El vínculo inicial que se establece entre captador y captado es, por tanto, emocional, explica este psicoanalista. "Se tiende a buscar fisuras emocionales", y añade,"los captadores apelan a la fibra sensible, a los dolores ocultos del individuo, a sus frustraciones".

Por ello "no hay que simplificar en el factor religioso", apunta Mohamed Said Alilech, imán en la localidad madrileña de Fuenlabrada y presidente de la Asociación de Jóvenes Musulmanes de España. "Existe un problema identitario. Nos encontramos esto a diario, jóvenes hijos de primeras o segundas generaciones de inmigrantes que no saben muy bien quiénes son. Confunden nacionalidad con religión", asegura.

Los testimonios recabados en las calles de Ripoll hablan de unos chicos integrados que hablaban catalán, algunos con trabajo. Y sin embargo, algo bullía en su interior. "A medida que un proceso de radicalización avanza, se afianza en el individuo un mecanismo mental de disociación en el cual la mente acaba funcionando en dos mundos en paralelo, se duplica, y el observador externo no se percata", destaca Perlado. Tal vez eso explique la incredulidad en las familias de los terroristas al enterarse de sus actos.

Mensajes maximalistas

Una vez traspasado el umbral de la emoción, pudo comenzar el adoctrinamiento ideológico. "Los extremistas usan un lenguaje muy elaborado, su maquinaria de propaganda es muy fuerte, muy por encima de los medios que tenemos los imanes normales", sostiene Alilech. "Ponen el dedo en la llaga con la islamofobia, apelan al sentimiento de Umma -comunidad islámica global- reprimida, marginada o ninguneada, y en la que los captados serán sus vengadores si siguen una doctrina distorsionada", dice el presidente de la Asociación de Jóvenes Musulmanes de España.

"El captador apela a mensajes maximalistas, a ser parte de un grupo escogido, a superarse por un fin mayor, y en el caso yihadista, apela a un ideal de la muerte muy destructivo", asevera Perlado.

La potencia de la propaganda yihadista radica en parte en que incide en señalar situaciones de sufrimiento incontestable, como las muertes de civiles que causan los bombardeos tanto del régimen sirio como rusos y los liderados por EE UU en Siria o Irak y que aparentemente no generan excesiva preocupación en las sociedades en las que viven los expuestos a su mensaje.

"Por supuesto, no enseñan sus propios crímenes y obvian que en estos países son los yihadistas los que también matan musulmanes", destaca el imán de Fuenlabrada. De hecho, el 90 % de las víctimas del terrorismo yihadista a nivel global son, en efecto, musulmanas.

La importancia del contexto internacional no debe ser menospreciada. El informe de Elcano es claro a este respecto. En la mayoría de los casos estudiados, la radicalización de los yihadistas en España se produjo a partir de 2011-2012, tras desencadenarse la guerra en Siria.

Lazos fraternos

En la célula de Cataluña sobresale además el otro factor fundamental de radicalización que señala el estudio de Elcano: la existencia de lazos afectivos y de amistad. De los doce presuntos terroristas, nueve mantenían una relación de panteresco. De hecho, hay tres parejas de hermanos y un trío: Younes y Houssein Abouyaaqoub (el autor de la masacre de Las Ramblas y uno de los abatidos en Cambrils); Mohamed y Omar Hichamy (abatidos a tiros en Cambrils); Moussa y Driss Oukabir (uno abatido en Cambrils y el otro detenido); y Said, Mohamed y Youssef Aalla (abatido el primero, en libertad provisional el segundo y fallecido en Alcanar el tercero).

"Los captadores eligen bien. Buscan hermanos mayores que ejercen influencia en los menores, que se retroalimentan el uno al otro en el argumentario radical y que saben que no se van a delatar", afirma Alilech.

Según Elcano, la presencia de hermanos es frecuente entre los yihadistas detenidos en España. El 47,7% lo son. Este lazo es una pauta que se viene repitiendo desde el 11-S de 2001, cuando atentaron tres parejas de hermanos contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Y se vio de nuevo en el maratón de Boston con los hermanos Tsarnáev en 2013, en el ataque contra la revista satírica francesa Charlie Hebdo perpetrado por los Kouachi y los Abdeslam en la sala Bataclán de París en 2015, y los El Bakraoui en los ataques de Bruselas en 2016.

Estos vínculos familiares y amistosos favorecen la creación de redes locales. Las principales en España están en la provincia de Barcelona (23,2 %), Ceuta (22,2 %), Madrid con su área metropolitana (19,2 %), y Melilla (12,1 %).

Combate al extremismo

El análisis de Elcano ofrece algunas recomendaciones para combatir la radicalización yihadista. Entre ellas destaca "la detección de los reclutadores y su neutralización mediante una actuación coordinada de los servicios policiales y de inteligencia junto con las autoridades judiciales". En segundo lugar, "otorgar prioridad a las demarcaciones y los ámbitos donde tienden a concentrarse las bolsas de radicalización".

"Hace falta una labor mucho más intensa y profunda de integración y de prevención temprana", abunda Perlado, "para ir frenando la radicalidad en la sociedad, uno de los males de nuestro tiempo", afirma. Un simple paseo por las redes sociales los días posteriores a los atentados confirma este diagnóstico.

Lamentablemente cada nuevo atentado hace recaer sobre la comunidad musulmana la sombra de la sospecha. No obstante, y a pesar de la islamofobia creciente, esta lucha contra la radicalización será imposible sin su participación. "Necesitamos voces preparadas que rebatan el dicurso radical. Necesitamos imanes con formación y que hablen español, para que hagan el placaje ideológico", afirma Alilech, que añade, "la solución es la educación en valores, porque los terroristas buscan dividirnos y si no somos más listos acabarán venciendo".

Como todo movimiento doctrinario, los extremistas aspiran a imponer por la fuerza su criterio excluyente. "Aquellos que alzamos la voz contra los radicales corremos riesgos", dice el imán de Fuenlabrada. "Yo mismo recibo amenazas", reconoce. "No nos señaléis [a los musulmanes], también somos víctimas. No nos dejéis solos".