Incluso los hombres que somos muy muy machos (servidora y un señor de Canadá que caza antílopes a miradas) reconocemos que hay ciertos especímenes de nuestro género cuyo atractivo resulta irresistible. Es el caso de Cary Grant, Frank Sinatra, José María Aznar (desde que dejó el gobierno) y, en el mundo del rock’n’roll, el señor Paul Weller. Es el “modfather”, el “ace face”, el “puto amo”, que le llamaría José Ricardo March, welleriano irredento al que esta semana sacaremos de su exilio pedagógico para que nos muestre en La Vía Láctea cómo ser fan sin caer (excepto cuando no haya más remedio) en el ridículo. No sólo es (Weller, no March, pero casi) uno de los dos mejores artistas de su generación (el otro os lo diremos otro día) sino que, además, es el que mejor viste desde Smokey Robinson & The Miracles (etapa años 60), Marvin Gaye o los Impressions. Mire, señora, que traje “Brooks Brothers" más bien cortado, mire que zapatos italianos bicolores más bien calzados, mire que cuellos de camisa y que pañuelo más fino y resultón, qué corbata, qué chaquetón. Lo único chungo, estéticamente hablando, que ha hecho el señor Weller en sus casi cuatro décadas de carrera es la temporada aquella en que se dejó un pelo mezcla Rod Stewart, Bonnie Tyler y David Bowie en “Dentro del laberinto”, quizá los mocasines con borlas de la etapa “Cafe Bleu” y, sobre todo, su actuación en aquel videoclip vergonzante de (la por otra parte magnífica canción de The Jam) «The bitterest pill (I ever had to swallow)». Por lo demás, siempre a sus pies señor Weller.

Pero, ¿por qué decimos que Paul Weller es uno de los dos (venga va, de los tres, quizá cuatro, pero hasta ahí) mejores artistas de su generación? Lo primero de todo, lo decimos para epatar, claro, que nosotros somos muy de querer epatar. Pero también (aunque eso es menos importante) porque miramos nuestra colección de discos y vemos allí un buen puñado de LP y singles de los Jam, Style Council y del "modfather" en solitario. The Jam fue la primera banda, el inicio de todo y, al mismo tiempo, la culminación de una cadena que dio comienzo con los Who, los Beatles y los Kinks en los 60, que se hubiera perdido a principios de los 70 si no hubiera sido por gente como Eddie & The Hot Rods y, sobre todo, los Dr. Feelgood, y que el trio de chavales comandado por Weller continuó e incrustó con calidad y descaro en plena efervescencia punk hasta convertirse, con todo el derecho, en un portavoz generacional. “En la ciudad hay mil caras que resplandecen / Y esas caras doradas tienen menos de 25 / Quieren decirte, quieren contarte / Sobre la idea joven”, que cantaban en “In the City”.

Los Jam fueron de los pocos punks británicos que no renegaron de aquellos grupos sesenters que hacían gloria bendita en tres minutos. Realmente, ningún punk renegó de ello pese a los exabruptos rompedores, pero los Jam fueron los únicos que proclamaron fidelidad al pasado en entrevistas, versiones e incluso fraseos instrumentales copiados (miren si no el simpático expolio que hacen de beatleniano "Taxman" en el no menos temazo "Start" y recuerden aquello que dijo Josep Pla de que para plagiar bien es necesario saber mucho). Y, pese a todo, no fueron una banda nostálgica. De sus contemporáneos crestudos y piesnegrenses tenían la energía y la tendencia a compartir en sus canciones letras de amor adolescente, crónicas sociales (Ray Davies es mi pastor, nada me falta) y compromiso político. Rememorar si no aquel "Eton Rifles" en el que se cuenta la historia (real) de un grupo de chavales de casa hiperbien, cadetes y alumnos de una de esas elitistas escuelas británicas donde las nalgas más blanditas pasan mucho miedo, que se cachondearon de una marcha contra el desempleo que pasó por delante de su cole. Para que veáis que no estamos tan mal, muchos años después el líder conservador David Cameron, antiguo alumno de Eton (y, por lo tanto, seguro nalguiblandurrio) afirmó que aquella canción - que se burlaba de él y de sus amiguitos de mierda- era una de sus preferidas. "¿Qué parte de la letra no ha entendido?", se quejaba amargamente Weller en una entrevista.

El puto amo mantuvo, e incluso incrementó, la mordida política de sus canciones en su siguiente proyecto. Cuando Weller se hartó de pegar hachazos con la guitarra y tocar con los pies espatarrados, y vio que sus compis Bruce Foxton y Rick Buckler no iban a pasar del ritmo trotón de la Tamla Motown, rompió los Jam y montó Style Council, cuyos primeros discos nuestro protoinvitado JR March asegura que son la cumbre de la creación welleriana. Junto al ex Melton Parkas Mick Talbot a los teclados, y con los coros de Dee C. Lee (con quien acabó casándose y teniendo un par de hijos), Weller profundizó en el “modernismo” más sofisticado, mezcló el soul con el jazz o la bossa, y se olvidó del rock, incluso hasta el punto de renegar de la Rickenbaker como medio de expresión. Las canciones de Style Council mantuvieron el "punch" de las de los Jam, pero expresado de otra forma. Ya no se trataba de hacer el pogo sino de bailar con soltura y elegancia y, ya de paso, asimilar mensajes como “No te equivoques/Esto es la lucha de clases”, que cantaba en la mítica “Shout to the top". Efectivamente, en pleno orgasmos tatcherista, Weller afianzó sus creencias políticas e impulsó con Billy Bragg y Jimmy Sommerville (el pelado de los Communards) el Red Wedge, un colectivo de artistas (por ahí pasaron también Madness, The The, Heaven 17, Bananarama, Prefab Sprout, Elvis Costello, Gary Kemp, Tom Robinson, Sade, The Beat, Lloyd Cole, The Blow Monkeys o The Smiths) al servicio del Partido Laborista o, mejor dicho, al ataque contra Margaret Tatcher. Pero la plataforma político-canora no logró sus objetivos y la Dama de Hierro volvió a ganar unas elecciones. Al mismo tiempo (no sabemos si una cosa tuvo que ver con la otra) Paul fue cayendo en una suerte de despendoleo artístico que, junto al hecho de que su disquera se negara a publicar un nuevo álbum de los Style Council pitiúsico y bañado en ácido, acabó desembocando en el fin de la segunda época welleriana.

A la sazón el puto amo tenía poco más de 30 años y actualmente está a punto de cumplir los 57. ¿Qué ha hecho en todo este tiempo? Pues hacerse mayor de forma envidiable, sacar un buen puñado de buenos (y en bastante casos, muy buenos) discos en solitario, alzarse con el título de primo mayor que mola de todo aquel movimiento del Brit-pop, haber sobrevivido a la mayor parte de sus primos pequeños con holgura, desparpajo y dignidad, y procrear asiduamente (sus dos últimos hijos, gemelos, se llaman John Paul y Bowie, ahí es nada). Las convicciones políticas han ido desapareciendo conforme se le acartona el apolineo rostro, pero mantiene su fidelidad a las ganas de hacer buena música, al modernismo y a ir hecho un pincel. A ver si en el programa de este domingo a la medianoche en la 97.7 convencemos a nuestro invitado JR March para que nos cuente aquel día que consiguió conocer personalmente al puto amo para declararle su devoción y pleitesía, pero sólo logró balbucear algo parecido a un “Paul, ¿has estado en Mestalla?”, que acortonó un poco más la cara del artista. Ay, el amor adolescente es lo que tiene.