Me hubiera gustado deciros que conocí a esta pareja un sábado de madrugada en un garito donde las paredes sudaban whisky tres X y el ambiente sólo se podía cortar con un cuchillo Ginsu. Pero no, fue un domingo por la tarde en una cafetería de l’Eliana especializada en muffins, cukis y deliciosos crambles (¿se escribirá así? Creo que sólo he acertado en "delicioso"). Yo estaba bebiéndome el segundo gin tonic de la tarde (más bien, estaba apartando bayas, cardamomos y no sé cuantas cosas más que flotaban en el vaso) con un ojo puesto en mi hija de dos años y pico. Mientras yo luchaba contra los elementos botánicos, Clàudia miraba embelesada desde primera fila a un guitarrista lleno de tatuajes y a una cantante (y guitarrista, y tatutada también) que cantaba sobre mujeres fuertes, policías malos, trenes con los que huir y cárceles en las que acabar. No diréis que no le estoy dando una buena educación a la niña.

Cuando acabé de apartar todo el cardamomo yo también atendí a la música que escuchaba mi hija. La primera impresión que recibí fue que estaba escuchando a una de mis debilidades, a las Detroit Cobras. Impresión provocada no sólo por la característica voz femenina de la pareja, sino porque estaba en ese momento haciendo una versión de la banda norteamericana, que a su vez es especialista en hacer versiones de oscuros temas de rock y rhythm & blues de los cincuenta y sesenta. A continuación fueron cayendo clásicos de Johnny Cash, Hank Williams, Ida Cox, Little Willie John, Janis Joplin o nuestro admirado Jimmy Reed, cuyas grabaciones borrachuzas dios tenga en su gloria. Ya cuando atacaron con el "Hard Headed Woman", que compuso para Elvis aquella pareja de judios geniales que firmaban como Leiber y Stoller, la erección (mental) ya fue irrefenable. No tuve más remedio que coger a una "mature" bien "mature" que comía "muffins" como si no hubiese un mañana, y ponerme a bailar.

Después, envalentonado, me presenté ante los músicos. Les hablé de La Vía Láctea, de mi amor indecente hacia las Detroit Cobras y lo buenas que me habían parecido las versiones que acababan de hacer, al igual que otras canciones que desconocía y que después resultaron que eran composiciones propias. Composiciones del siglo XXI pero que podrían haber nacido perfectamente en un caseto del delta del Mississippi cuando los petos vaqueros eran lo más en moda crossover. Precisamente, a aquella desembocadura del gran río norteamericano, a aquel triángulo geográfico que da origen al 90 % de la música que nos gusta, viajó Ramblin Matt (denominación molona de Mateo García) hace más de veinte años en busca de las raíces de su música preferida: el blues (lleva el careto de Robert Johnson tatuado en el pecho, ahí es nada). Allí, y también en Chicago, este blanco del Port de Sagunt aprendió a parecer negro y a renunciar a cualquier veleidad contemporánea para quedarse únicamente con las melodías que tuvieran "alma". Cuando hizo aquel viaje, Ramblin Matt ya era un veterano de la cosa rockabilly a través de bandas como los Dalton o los Incorregibles. Desde joven se dio cuenta de que el rock se iba a convertir (con todas sus consecuencias) en su forma de vida, y ese espíritu lo llevó también a sitios tan ajenos a unas buenas patillas de hacha como Egipto o Zanzíbar (lo más rockero que ha dado Zanzíbar es el nacimiento de Freddie Mercury). De allí Matt marchó a Londres, también con la única intención de hacer música, algo que consiguió en combos como The Jailbreakers, en solitario o con The Ramblin Matt Trio. Después volvió a Valencia y se encontró con Sara Gee y su guitarra con pegatinas de mariposas.

Mientras que Matt había buscado sus raíces (las del canallismo blusero) en las orillas del Mississippi, Sara las encontró en las orillas del Mediterráneo de la mano de Erik Doornweerd, un artesano de la música que recaló en Formentera a finales de los jipiosos sesenta y que enseñó a Sara a hacer una buena canción y a tocar la guitarra y cantar con naturalidad y convencimiento. De vuelta a Valencia, su camino se cruzó con el de Matt en un concierto promovido por el armonicista Danny Boy. Él tocaba la guitarra y ella le impresionó atacando con el "Hard headed woman", bastante más parecido, claro está, al de Wanda Jackson que al de Elvis.

Desde entonces Sara y Matt van juntos, siguiendo la religión del "todo por la música", sin otro camino que el de vivir para tocar y tocar para vivir. Tiran de colegas y galones para dar conciertos y para editar discos en los que vuelcan sus pasiones y fundamentos. El último —"Sara Gee & Ramblin Matt with Friends Unplugged at Bop Street", que presentan este domingo a las doce de la noche en La Vía Láctea— es una grabación en directo en la que tocan en crudo, en una sola toma y con hasta nueve músicos encerrados en un pequeño estudio de radio. Como si los últimos sesenta años de la historia de la música nunca hubieran existido. En cambio, sí que existe para ellos el micromecenazgo, y gracias a eso (entrando aquí: http://www.verkami.com/projects/11643-ayudanos-a-publicar-nuestro-tercer-disco-sara-gee-ramblin-matt-unplugged-at-bop-street) podéis contribuir a que las aguas caldosas del Mississippi se trasvasen al Túria. Hagan el favor.