La Ofrenda de Flores va a acabar por convertirse más que en un festejo popular en un problema de algebra. Los constantes equilibrios que hay que hacer para que no se demore a sí misma, cumplieron ayer un nuevo episodio igual de contradictorio que en años anteriores.

La cuestión es la siguiente: sobre las 11 de la noche, la calle San Vicente ya había terminado. Sólo faltaban las Casas Regionales, la falla de Sandra Muñoz y la propia Fallera Mayor y su Corte. Bien. Pero por la calle de la Paz, los organizadores contemplaban asombrados cómo Canyamelar-Grau Nazaret daban sus últimos coletazos y todavía quedaba todo el sector de Rascanya. Vista la botella medio llena, se apuntaba hacia un éxito de horarios total. Al cierre de esta edición estaba previsto que la Fallera Mayor desfilara a la hora prevista. Vista la botella medio llena, se organizó un parón en la calle San Vicente en la que los espectadores se preguntarían qué estaba pasando y que había que rellenar en la medida de lo posible, haciendo pasar a las Casas Regionales lo más al tran tran posible. Salta a la vista que hay que volver a hacer algunos cálculos para cuadrar dos números para lo que parece ser necesario sacar cosenos y logaritmos de falleros, falleras y músicos.

Y eso no es todo: los vestidores la estaban pasando canutas para completar el manto de la Virgen. La razón, que no hace mucho tiempo que los ramos, por ejemplo, tenían 12 claveles, pero como ahora hay que apretarse el cinturón, te los podías encontrar con la mitad. La consecuencia es que donde antes sobraba flor como para hacerle una cola de claveles a la Imagen, ahora se daba por satisfecho todo el mundo con rellenar el cadafal. Incluso los retablos de la fachada de la Basílica se quedaron con muchos listones vacíos. En los últimos minutos del acto se oía con cierta angustia: «falta flor, falta flor».

Y además, hubo que hacer labores de restauración porque tal como explicaba uno de los artífices, Josete Santaeulalia, una parte de los claveles se había secado, y por consiguiente, encogido a causa de la solana que le cayó a la imagen, que a su vez, quedó desprotegida por la ausencia del toldo en una jornada especialmente calurosa. Obviamente todos estos temas de logística, importan poco o nada a los protagonistas, los falleros, que a pesar de encontrarse con una ciudad completamente abarrotada pudieron cumplir con bastante puntualidad —sobre todo como se ha dicho, el siempre complicado tramo de San Vicente— y así poder desparramar sus sentimientos. Por miles y miles fueron entrando en la plaza, con una clara sensación de que lo que sentían es completamente cierto. No en vano, se estaría asistiendo a la más multitudinaria obra de teatro si las lágrimas, los abrazos, los temblores de labios y las miradas no fueron fingidas. Al contrario. Es un acto lo suficientemente profundo como para ser respetable en grado sumo.

La noche anterior había sido la Fallera Mayor Infantil la gran protagonista. Ya hubo entonces un parón de 20 mintuos, prólogo a una segunda entrega, que, obligará a reestructurar un acto, que sin embargo, parece claro que tiene solución.