A lo largo de las dos jornadas de la Ofrenda se produce un conteo secreto por parte de los miembros de la Junta Central Fallera. Brigadas de ocho componentes, que se iban turnando, se encargaban de contar y apuntar cada uno de los tipos de desfilantes oficiales: falleros, falleras, falleritos y falleritas.

El objetivo es el de cotejar esos datos con el censo oficial, que consta en la JCF. Si el número de participantes es superior al de censados, salta a la vista que entre las filas de una comisión se han «colado» personas ajenas a la misma. La meta es la de conseguir recursos económicos mediante el pago de una cantidad que las comisiones cobran a aquellas personas, a las que sólo les interesa participar en la Ofrenda. Esto no pasaría de ser un pecado venial —que, de momento, se está saldando con apercibimientos y amonestaciones— si no fuera por un detalle mucho más importante: si una de esas personas sufriera algún tipo de accidente —una lesión, un atropello o similar— no estaría cubierto por el seguro fallero, con lo que, en caso de demanda, la responsabilidad civil recaería sobre la propia comisión, especialmente, sobre su presidente.

Esta circunstancia, que posiblemente es desconocida para no pocos falleros, es un riesgo asumido con tal de obtener durante un día, cantidades de dinero que pueden contarse hasta por cientos de euros. En la próxima asamblea de presidentes se informará a las comisiones que han sido «cazadas» en el conteo por pasarse de la raya.