El Juli, que cortó dos orejas al tercero la tarde, salió hoy a hombros en el último festejo de la Feria de Fallas, una corrida de ocho toros en la que para el recuerdo del aficionado quedaron varios momentos de gran calidad de Morante de la Puebla y Finito de Córdoba.

FICHA DEL FESTEJO:

Cinco toros de Domingo Hernández y tres de Garcigrande (primero, cuarto y séptimo), de dispares hechuras y cuajo, y de noble juego en general, aunque varios limitados por sus medidas fuerzas. Destacó, por completo y bravo, el cuarto.

Finito de Córdoba, que sustituía a Enrique Ponce: tres pinchazos y media estocada caída y atravesada (silencio tras dos avisos); estocada trasera desprendida (oreja).

Morante de la Puebla: cuatro pinchazos (silencio); tres pinchazos y estocada (gran ovación tras aviso).

El Juli: estocada trasera (dos orejas); estocada (ovación). Salió a hombros.

José María Manzanares: estocada (oreja con petición de la segunda, tras aviso); pinchazo, media estocada desprendida y dos descabellos (ovación).

Entre las cuadrillas, destacaron en la brega José María Soler y Curro Javier, que también saludó en banderillas en el octavo.

La plaza se llenó por completo en el duodécimo y último festejo de la feria.

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PARA TODOS LOS GUSTOS

La "fartá", como llaman en Valencia a estas corridas de ocho toros, que cerró la feria de Fallas, tuvo toreo para todos los gustos. Toreo de distintas estéticas, velocidades y hasta geometrías: desde la lineal y práctica de El Juli y Manzanares, a la curvada, bien clásica o barroca, de Finito de Córdoba y Morante de la Puebla.

Con una corrida de Domingo Hernández y Garcigrande que dio buen juego en su conjunto, por mucho que varios toros acusaran falta de fuerzas, triunfaron en la estadística El Juli y Manzanares, más resolutivos y de más fácil conexión con el amable público valenciano.

Pero en el recuerdo del aficionado quedaron los destellos geniales, de clase y arte de dos toreros que buscan sobre todo llegar al alma del espectador.

Porque eso fue lo que sucedió principalmente con Morante de la Puebla, inédito salvo en un par de verónicas con su rebrincado primero, pero derrochando torería con el sexto, al que ya durmió literalmente en tres o cuatro lances por el lado derecho.

Siguió a la verónica el de la Puebla en un sabroso quite rematado con media belmontina, que replicó El Juli con otras verónicas lentas pero menos rebozadas, motivando la inmediata contrarréplica del sevillano con unas tafalleras inéditas en su repertorio pero plenas de gracia.

Unos estatuarios que con Rafael El Gallo se llamaban "del celeste imperio" abrieron una faena de Morante que, si no redonda, sí que estuvo plagada de instantes de gran solera, como estampas antiguas del toreo más clásico, tan lento el compás del torero como el menguante brío de un toro noble pero al que faltó gas para que la obra hubiera sido completa.

Que pinchara tres veces el de la Puebla fue lo de menos, porque ese regusto no se puede medir con orejas.

En cambio, si hubo un trofeo para Finito de Córdoba, sustituto de un Enrique Ponce que la tarde anterior había cambiado una cornada por dos orejas.

Finito pasó ciertos apuros para matar al rajado toro que abrió plaza, pero se desquitó con un quinto de pocos bríos pero con la suficiente calidad para dejar que el cordobés plasmara un trasteo cargado de sabroso clasicismo.

Llenó plaza Finito fuera de la cara del toro y en el toreo fundamental, cuajando muletazos de trazo pausado y largo, recreándose al ajustarse las embestidas a la cintura y adornándose con preciosismo en los remates, en el que fue otro trasteo para paladear más allá del final de la corrida.

El triunfador numérico de la tarde fue El Juli, que paseó las dos orejas de un tercer toro noble y más que manejable al que toreó de principio en líneas paralelas, sin exigirle un esfuerzo excesivo, para aumentando luego el poder y la cercanía de los pases hasta llegar a un final pletórico cerrando al toro camino de las tablas.

Se volcó en la estocada el madrileño y cortó ese doble trofeo que no pudo aumentar con el afligido séptimo, con el que no pasó de voluntarioso.

El mejor toro de la corrida fue el bravo cuarto, con el que José María Manzanares abrió faena entre dudas por la momentánea molestia del viento.

De tres en tres fueron las series de muletazos por ambas manos, envueltas en su singular estética, pero sin apurar al animal ni redondear una faena que el público vivió con complacencia y en medio del bello ambiente sonoro que creó la brillante interpretación de la banda de música. La oreja fue justa.

Hora y media después, con el último toro de un festejo que nunca se hizo largo, el de Alicante se dilató en una sucesión de muletazos enganchados que no ayudaron a limar las asperezas del de Domingo Hernández.