Tenía guasa que el hilo conductor de la noche fueran las «luces» justo el fin de semana en el que las subvenciones han creado un debate y en primer medio cisma entre los colectivos falleros y la Junta Central Fallera. Pero más allá de esto, el acto tuvo un espíritu moderno, mucho menos suave de lo que se supone a una noche en la que el barroco es lo que prima. La electricidad se palpó en la grada y en el escenario, donde los rayos se movían a toda velocidad mientras entraban en el escenario las candidatas. Después el acto siguió una estructura previsible: despedida de las vigentes, desfile de las que soñaban hasta ayer y otro número musical para separar a mayores e infantiles. Y entre medio, los presentadores, con la solvencia de Boro Peiró y con Ana Cuesta quitando el hipo con su espectacular vestuario y planta, y a quien se le quebró la voz cuando despidió a su hermana Laura como componente de la corte de honor de 2015. .

No es el día para el lucimiento, porque los asistentes quieren conocer el veredicto lo más rápidamente posible. Pero es la noche de despedida a las falleras vigentes. Estefanía López y María Donderis. Y es una pena que el personal no guarde la compostura porque tiene mucho mérito estar más de un cuarto de hora cada una soltando un discurso de agradecimiento, ante miles de personas, y sin trabucarse. Es difícil para cualquier joven y no digamos para las niñas.

Se temía que, con algunos ya nerviosos, podría haber algún siseo. Pero no fue así. Eso sí, María y Estefanía no hicieron referencia ni a Joan Ribó ni a Rita Barberá y tan sólo recordaron tanto a la antigua directiva como a la nueva. Aplausos para todos, incluyendo a Francisco Lledó y a Pere Fuset. Se notaba el apego al primero de ellos, dentro de la lógica del tiempo pasado.

Se espera un año con conflictos lingüísticos en el ámbito fallero. Ayer, todos contentos: María con «vosaltres» y Estefanía con «vosatres». Y eso sí, los dos discursos íntegramente en valenciano. La mayor recordó cuando acudía a la Fonteta como espectadora y soñaba con un día poder dirigirse a todos desde allí al colectivo «más grande, increíble y generoso que conozco». Y la infantil pidió «enlazar lo mejor de la fiesta para que puedan participar de ella vecinos y personas de otros lugares».

Después sí que aparecieron nuevamente las 72 niñas (acompañadas de una foto de cada una), un número de baile y gimnasia, las 72 mayores y otro número para echar el cierre, con una pareja de bailarines bañándose y con el personal ya naturalmente impaciente. La suerte, para entonces, estaba más que echada. Estaba en el sobre.