No pueden ser más distintas. Ella es castaña de ojos y pelo. Sandra era rubia de ojos azules. «Yo soy de letras puras, ella de ciencias» El nombre de Alba Molins Latorre remitía, desde que fue nombrada fallera mayor de su comisión, Antonio Molle-Gregorio Gea, a su hermana Sandra. No por nada, sino porque ésta había aparecido una y dos veces en el cuadro de honor de la fiesta siendo corte infantil en 2001 y corte mayor en 2014. Y aunque en aspecto son notablemente diferentes, la genética tiene de vez en cuando el capricho de dejarse caer por un hogar y no querer irse. No son muchos los hogares, pero los hay, en que se coleccionan bandas de la ciudad. Como las hermanas García Tamarit, las Climent Jordá, López Bornay, Araix Frechina, Ibañez Isach, Tomás López, Civera Moreno, Oliver Mompó o las más cercanas en el tiempo, las Cuesta Herráiz. Y un moderado etcétera.

Alba pertenece a una de las familias que plantaron la primera falla de Antonio Molle, Gregorio Gea en el año 1973. Fue su abuelo, de quien siempre lleva encima un pañuelo y una pequeña fotografía cuando afronta un momento muy especial. Pero si hubo un momento de inflexión en su vida fallera fue ese año 2001, cuando su hermana estaba en la corte infantil. «Aquello lo viví muy de cerca porque, por lógica, tenía que ir detrás. Y aunque tenía ocho años, entendí muchas cosas que, desde una comisión, no llegas a conocer. Me acuerdo especialmente del Cant de l'Estoreta o del concurso de declamación, en el que después participé. Era muy pequeña, pero son de esos recuerdos que no se me escaparon». Años después fue fallera mayor infantil y se presentó a la corte, pero no pasó la primera criba. ¿Se creó el conflicto de hermana con éxito y la hermana que fracasa? «Para nada, porque yo ya era muy mayor. Tenía 12 años y era muy alta. Sabíamos que lo tenía no difícil, sino dificilísimo. No salí, se habló en casa una vez y la vida siguió».

Reinó en su comisión en las pasadas fiestas, ya con 22 años. Para ello ya tuvo que superar la primera votación. «Me animé porque estaba en el último año del doble grado de ADE y Derecho y es un curso más flexible, con más prácticas, y podía afrontarlo sin complicarme la vida. Si no hubiese salido, lo habría vuelto a intentar». Con la carrera terminada, el siguiente paso es preparar oposiciones a notaría o registro.

Ahora, Alba, que cuando vota lo hace en un colegio electoral de Mislata, tiene que luchar contra la maldición de las falleras de poblaciones. Contra esa ley no escrita por la que ninguna fallera censada de cruces hacia afuera puede ser la reina de otra ciudad. «Sí que lo comentamos. Sé que nunca ha habido una fallera mayor de Mislata ni de ninguna otra población. En teoría deberíamos tener las mismas posibilidades porque si somos de la Junta Central Fallera, lo somos para todo. No pienso perder la esperanza».