Una serie de fotografías en un mural recuerda la costumbre del Gremio de Artistas Falleros de plantar un pino (un pino de verdad), llegadas estas fechas. Las añejas imágenes permiten volver a ver a artistas legendarios. Están Arturo Martínez Areal, Martínez Canuto, Secundino March, los hermanos Ferrer... y una Ciudad del Artista Fallero con calles terrosas, pero los mismos talleres que ahora. Esos que el martes vivirán su particular «ahora o nunca», nada fácil. En el despacho de alcaldía se firmará el pacto entre todos los grupos políticos para impulsar la reactivación de este complejo profesional, que está viviendo sus últimos coletazos tal como está concebido y al que sólo una reforma integral puede salvar de la ruina; esto es, que las naves acaben abandonadas o dedicadas a cualquier cosa excepto a rascar corcho o construir carrozas.

Los artistas, o al menos los responsables del Gremio, están ilusionados con cautela. Porque una cosa es una declaración institucional de apoyo, que se va a producir. Otra es impulsar las iniciativas que cuestan poco „aumentar la señalización, incluirlo en el recorrido del Bus Turístic...„. Es un poco más difícil convencer a los cruceristas para que cursen visitas turísticas, pero es cuestión de voluntad. Y es mucho más difícil hacer la inversión económica necesaria para alcanzar el «ideal supremo»; es decir, convertir las vetustas naves (tan sólo unas pocas están modernizadas) en una ciudad temática, un auténtico centro general de artesanía, donde la producción de fallas sea sólo una parte mínima del trabajo, en el que igual se construyan carrozas que abanicos, guitarras, ballenas para la Cumbre Internacional del Clima o rotondas, aprovechando la tecnología existente y la incontestable habilidad de los profesionales.

Ayer, el maestro mayor, José Ramón Espuig, teorizaba sobre la cuestión. No espera una revolución a corto plazo. «Estamos muy contentos por el interés mostrado por el concejal Fernando Giner y la posterior respuesta del resto de grupos es esperanzadora. Los resultados podemos empezar a verlos en ocho o diez años, seguramente cuando los artistas de mi generación dejen de trabajar. Ahí, si no hay una salida, va a ser muy complicado que los talleres sigan utilizándose para hacer fallas y otros trabajos. Es un proyecto a largo plazo». Que necesita muchos agentes en juego y un esfuerzo económico oficial si se quiere «nacionalizar» los talleres. «Pero ante la declaración de Patrimonio de la Humanidad estamos en la oportunidad única».

Una cosa resulta evidente: los artistas falleros, por sí mismo, no pueden invertir ni un euro. Ni en reformar los talleres actuales ni en construir nuevos en la zona que está pendiente de utilizar y que ahora son terrenos yermos. Tendría que ser un esfuerzo institucional para que luego los profesionales lo ocuparan previo pago de alquiler. «Lo ideal sería eso: conseguir que los compañeros que trabajan desperdigados en otras poblaciones estuvieran aquí o volvieran aquí. Cuanto más concentrado esté el concepto de "ciudad artesana", más posibilidades de trabajo habrá». Un pequeño Hollywood del trabajo artesano, con visitas diarias de turistas «porque no todo en la ciudad es la Ciudad de las Artes y las Ciencias» y que los encargos en los que trabajan los artistas valencianos no se realicen en Rumanía, sino en Benicalap. Para eso también haría falta un trabajo gerencial de primer orden. «Hay mucho trabajo para levantar esto, pero nuestras posibilidades son todas».