La exaltación de la fallera mayor de Valencia es un acto muy difícil de cambiar. Y como tampoco haya nadie que lo pida, lo ideal es repetir las liturgias, no inventar ni arriesgar y procuar hacer el trabajo sin fallos. Lo demás, las emociones, las ponen las protagonistas, las falleras. De eso hubo mucho en la noche que anuncia que el ejercicio fallero de 2016 está ya en su momento decisivo.

Alicia Moreno y su corte de honor intercambiaron mensajes, apretones de mano, abrazos y alguna lágrima. Era su noche y la supieron disfrutar y aprovechar. Con un argumento musical de fondo, «Balansiya» y con una repetición del protocolo, incluso en las músicas, ellas disfrutaron y el público no pidió nada más. Cambiaron las caras de las falleras, porque eso sucede todos los años, y cambiaron las caras de las autoridades. Joan Ribó se estrenó como alcalde y Ximo Puig no compareció, siendo ocupada su plaza por Mónica Oltra.

Hubo todo lo que se temía que no estaría: bandera de España, himno de España, senyera de Lo Rat Penat y canastillas de militares. Algunos de estos complementos, recibidos con aplausos especialmente estruendosos. Pero las protagonistas de verdad eran las falleras, que iniciaron de esta manera la parte decisiva de su reinado.

El catedrático Antonio Ariño ejerció de mantenedor. No es un poeta lírico capaz de forzar las lágrimas. No era ese su cometido. Pero sí que fue capaz, en unos pocos folios, de razonar metódicamente la sociología de la fiesta y las razones objetivas para ser declarada Patrimonio de la Humanidad. Una tesis en versión reducida, un magisterio teórico, que no lírico.

El sábado es el turno de Sofía Soler y la corte infantil. La fiesta late ya a ritmo desbocado.