Un «¡guapa!» sale sin ser una coreografía coral ensayada. Más de cien personas acudieron al patio de la casa de Alicia Moreno. Fueron los falleros de la comisión y los vecinos de la calle, que, tuvieran o no tuvieran entrada, (más no que sí), acudieron para ser los primeros en ver a la fallera mayor. Eran sensaciones nuevas en un barrio que jamás había vivido un momento como éste. Los vecinos miraban apostados en la escalera y en el rellano, cámara en ristre. Llegó la corte de honor y subió al domicilio a pasar juntos el último cuarto de hora. El momento de la complicidad y de conjurarse. Luego bajaron y le hicieron el pasillo mientras las cámaras y dispositivos móviles hacían estragos. Alicia salió con una sonrisa de oreja a oreja. Se puede decir que emocionada con mayúsculas. Alguna lágrima afloró en el primer gran momento de la noche. Empezaban las horas más intensas, que en el singular edificio donde reside Alicia y que vive un particular asombro desde el pasado mes de octubre.