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Mascletà: sultana que nos une

Mascletà: sultana que nos une

La pólvora es elemento «sine qua non» de las fiestas valencianas. No hay acontecimiento familiar, social o festivo importante que se precie, que no tenga su traca, petardo, cohete o carcasa. La recapitulación de todo ello es la «mascletà». La manera de proclamar nuestros pueblos que están en fiestas, para que se entere todo el mundo, tambores de guerra y señales de humo. La historia nos ha hecho adictos a la pólvora. Necesitamos que el ruido de los «masclets», los petardos, se estrelle contra nuestros oídos y el olor a pólvora nos penetre los pulmones.

Como casi lo importante nuestro, la afición a la pólvora nos viene de lejos, de cuando fuimos colonizados por los musulmanes, muy dados a festejar sus fiestas religiosas - las del zoco de Tánger, por ejemplo- con profusión pirotécnica, también en sus acciones guerreras. De ellos aprendió Jaime I a emplear la pólvora en el arte de la guerra, colocando cohetes en las puntas de las flechas. Así conquistó el castillo de Museros, antes de que cayera Valencia.

Los «Manuals del Consell de la Ciutat» recogen multitud de referencia a los fuegos artificiales o juegos de artificio en previniendo todo tipo de fiesta. En las fiestas de Corpus, una traca kilométrica recorría las calles de la carrera de la procesión a mediodía y por la noche desde lo alto del Micalet se disparaba castillos de fuegos artificiales. Todos los «polvoristes» que contrataba el gobierno municipal estaban sometidos a estrictas normas de concurso público, presentaban proyecto, idea y presupuesto y de entre ellos se elegí lo mejor para la ciudad. No existía el chanchulleo comisionista de la vida municipal de los últimos años. Se adjudicaba al más profesional, original y el mejor precio.

La «mascletà», tal como la entendemos ahora, no es cosa de hace cuatro días. En pequeño formato y menos kilos de pólvora la encontramos ya descrita -disparo de «dosens masclets en la plaça»- en una de las obras escritas en «Idioma valenciano» por Pedro Jacinto Morlà, un cura de mitad del siglo XVII, párroco de san Martín, quien puede ser calificado como predecesor de los autores de los «llibrets» de Falla, por lo satírico de sus obras, «por su ingenio, agudeza, y facilidad en componer». En los concursos, «sino escrivia Morlà, se desgraciava la fiesta, porque no se oia cosa que llenasse, ni recreasse tanto como sus versos», dice Vicente Ximeno.

Ese poso cultural y costumbrista, esa solera de nuestro «totum revolutum» festivo-pirotécnico lo va a encontrar expresado, magnificado, amigo/a que nos visita elevado a la enésima potencia en la «mascletà» de cada Falla, y en la de la plaza del Ayuntamiento, la madre de todas las «mascletaes», ésta todos los días de marzo hasta el 19, puntual, a las dos de la tarde. Lo advertirá mucho antes al ver desfilar presurosas y nerviosas a bandas de gente, columnas enteras, destino centro de la ciudad, a recibir su dosis diaria de ruido y humo y emitir su experto veredicto sobre el resultado de la explosión, que, según los cánones tiene que haber sido un encendido armónico, rítmico y apoteósico en su final. La nota será mejor cuanto antes comience a aplaudir la gente sin haber concluido la exhibición.

Y lo mejor, la «mascletà» es lo único que une y convoca al pueblo valenciano -tan dado a la división por herencia bereber, y que suscita consenso y unanimidad total. Es la gran sultana, lo único que nos une.

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