Diego Nadal y su madre Nuria Martí se estrenaron ayer en las mascletás de Valencia, venidos desde l´Ollería con el nombre, de familia, Nadal-Martí. No se les confunda, por cierto, con los Martí (Reyes) de Borriana. Los Nadal-Martí vinieron bien acompañados: arropándoles, entre otros compañeros, tenían a Juan García Estellés y, de visita, fuera de la zona de fuegos, a los responsables de CRE-Valencia, Juanlu Rodrigo y Carlos Chanzá.

Ayer, por cierto, tras la presentación de la Revista d´Estudis Fallers, en Na Jordana, me sugirieron que, con los móviles, mientras se estorba a los de atrás, el público está perdiendo el respeto al propio acto de la mascletà y al momento del disfrute del directo. Me sugerían que deberíamos hacer pedagogía sobre la «irrepetibilidad» del acto y de la atención que se le debe tener.

Ajenos a esto, como debe ser, los Nadal-Martí, a lo suyo: les alabo el gusto de poner, de fondo, una gran cantidad de rastres (truenos pequeñitos, que son el alma de la mascletà según José Solá Palmer), que sirvieron de base sonora y de alegría sustancial. Ellos fueron los que sostuvieron un cuerpo de cuerdas, de cinco partes, que, por sí mismas, también estaban bien resueltas.

Donde no se atinó tanto es en que los pitos de acompañamiento cesaron y volvieron a aparecer, en cuerdas; ni en el bombardeo final, que tuvo partes demasiado separadas, pero que, eso sí, culminaron, de forma muy técnica, con un último golpe hermético.