Primer domingo de estas Fallas. Tercer año de Vulcano. En la plaza municipal no cabía un alfiler. Expectación absoluta por ver qué hacía José Luis Giménez esta vez. ¿Volverá a haber Senyera? ¿Cómo superar aquel sublime momento del despliegue de la bandera valenciana, el año pasado, abrazando la entrada al terremoto? Fue inenarrable. Así que este madrileño, medio yatovense, hizo borrón y cuenta nueva de este tema. Y ayer vino con un concepto de disparo claro y conciso. Tan ordenado en su cabeza que pudo plasmarlo por escrito en un guión para los medios de comunicación. En él destacaban dos ideas: que el cuerpo terrestre iría «adornado» con acompañamiento aéreo, y que al terremoto iba a «entrar con suavidad».

Escribir eso no tiene precio. Una joyita ya sólo este papel, oigan.

Pero la mascletá aún tuvo más: de los dos principios aéreos del comienzo, el primero no contó con una sola detonación. Cuarenta segundos de ejercicios digitalizados recorriendo la plaza, abarcándola, acariciándola, con sonidos. Como quien saborea un caramelo. El cuerpo terrestre, con mucho rastre, dándole sabor al caldo, aunque ardió muy rápido, estuvo, efectivamente, meramente salpimentado con sonidos aéreos: una pizca, nada más. En su punto. El horneo, bien medido, con buena mano, logró que la entrada al terremoto, al paladar, se disfrutara del mero olor antes de atravesar el umbral de los labios. Una fusión de sabores. Como postre, retomó lo digital del comienzo con pantallas en rojo y rodadas de latigazos de trueno en el suelo.

Sin empachar. Y técnico e impoluto, claro, que es su estilo.