Con la llegada del mes de marzo, y aprovechando el fin de semana, llegan también a Valencia, casi como un hábito, centenares de habitantes de pueblos cercanos o lejanos a la capital que se afanan para bajar de los trenes y coger sitio en las primeras filas de la Plaza del Ayuntamiento. Grupos de amigos, familias enteras y comisiones de fallas son los grupos humanos que se desplazan ex profeso desde sus pueblos para disfrutar de la mascletà y, además, para pasar el día en la ciudad.

Así lo cuenta Manuela Borull, de la Falla Plaça Prado de Gandia, que vino para disfrutar del primer fin de semana de fallas con unas amigas: «No importa que tengamos que coger el tren. Vale la pena venir para participar en la mejor fiesta del mundo. Solo dura tres semanas y hay que aprovecharla». En ese momento llegan por sorpresa tres chicas que las saludan efusivamente: son amigas y compañeras de clase que se han encontrado por casualidad y deciden ir todas juntas a la mascletà: «Mientras más gente seamos es mejor porque nos reímos y disfrutamos mucho más» añade Berta Morant, otra de las chicas.

Desde primera hora de la mañana, la estación del Norte es un constante entrar y salir de pasajeros, la mayoría ataviados con su respectivo polar fallero y comprando bocadillos, churros y alguna que otra cerveza en un puesto estratégicamente colocado a la salida de la estación. Allí se encontraban miembros de la Junta Local Fallera de Almussafes. «Hemos cogido un tren de Cercanías ya que es fin de semana y podemos venir a ver la mascletà. Aún no hemos podido ver ninguna», explica la Presidenta de la Junta, Cristina Nieto y añade: «Además, aprovechamos para pasar el día, ir a la Exposición del Ninot y ver la cabalgata».

Con la capoeira, colapsado

Junto a ellos aparece el alcalde de la villa, Toni González tratando de movilizar al grupo porque la hora de la mascletà estaba peligrosamente cerca. «Es un detalle que el Ateneo nos haya invitado y estamos deseando que empiece» dice el alcalde mientras el grupo se aleja entre la multitud.

Y es que la salida de la estación ha pasado de ser un lugar de espera a un escenario más de la fiesta. El calor no impide que decenas de personas se encuentren en el lugar para bailar al ritmo de charangas con rumbo a la Plaza del Ayuntamiento o ver una exhibición de capoeira de la Escola de Capoeira Regional Remanescentes, que acuden cada año en las mismas fechas para ofrecer sus marciales danzas. Incluso la propia salida de la estación se llega a colapsar debido a la afluencia de personas que se detienen a observar semejante espectáculo. Los variados sonidos se mezclan con un dulzón olor a churros recién hechos. Hubo un tiempo en que en esa plaza ferroviaria se disparaban «mascletaes» que rivalizaban en sonoridad con las municipales.

En el interior de la estación se encuentra algo desorientado el benetussense Óscar M., que anda buscando a su pareja, un joven navarro que nunca ha venido antes a Valencia. «Es el primer año que vengo a Valencia en fallas. Nunca antes he visto una mascletà. Estoy algo nervioso y a la vez emocionado. Me han hablado muy bien de esta fiesta y tengo expectativas muy grandes» confiesa Xabier A., oriundo de Pamplona, una vez que se han encontrado. Óscar añade: «Hemos venido principalmente por la mascletà, pero también nos quedamos a comer y veremos la cabalgata del Ninot, que tampoco la ha visto nunca».

Abarrotados de todas partes

A medida que se acercan las dos de la tarde, de los trenes baja mucha más gente y con mucha prisa por tratar de conseguir un sitio privilegiado, o al menos no perderse el espectáculo pirotécnico. Aumenta el número de trenes de Cercanías que llegan abarrotados personas de distintas localidades, desde Sagunto hasta La Vall d´Uixó. Precisamente de este último lugar es Irene García, integrante de la falla L´Ambient que junto con sus amigas han madrugado para llegar lo más pronto posible a la mascletà: «A nosotras nos gusta mucho venir: es casi una tradición y, además, no podemos perdernos la fiesta» dice mientras una de sus amigas añade: «Nos encanta el olor a pólvora y el sonido, notar que el suelo tiembla bajo nuestros pies». Porque vale la pena el madrugón por siete minutos de ruido fallero. Una mascletà vale mil viajes en tren. Y la hostelería también lo agradecen.