Reyes Martí saca un partido tremendo al ocho de marzo y disfruta su día como pocos en esta plaza. Se convierte en dueña y señora del Cap i Casal por unas horas, como volvió a pasar ayer. Su marido, Bernardo Granados, e incluso su hijo Carlos, saben quedar en un discreto segundo plano en la coreografía que se forma, cada año, en su mascletá. Fue su decimotercer año de disparo en tal día como hoy. Para abrir boca, los de Borriana quemaron una traca valenciana de las más largas de las vistas en esta jaula (doscientos metros), con sus golpeadores intercalados y finales. Este comienzo, largo, fue premonitorio de una mascletá que se desarrollaría luego parsimoniosamente. Los inicios aéreos, en número de cuatro y sin prisas, comenzaron antes del fin de dicha traca. En ellos se presentó una colección de tubería: sirenas, truenillos, silbatos y zumbadoras agudas, que fueron finiquitadas con un marcaje de otras zumbadoras más graves. Sutil diferencia, pero perfectible, para dejar claro que estos efectos sonoros terminaban, con algo diferente: a juego pero en más potente. Buen detalle aunque metió ahí dos volcancitos que habría que igualar. Su fuego, de cinco cuerpos, volvió a tener su tradicional toque de diamantina y rojo en descargas terrestres que, personalmente, me encantan porque llenan visual y sonoramente. La mascletá, larga, en el aire sólo se adornó, como toca: sin estridencias. El terremoto entró bonito, con tres ramales de trueno fino, natural y espoletado. El final aéreo, aunque tuvo un último indebido tronar abajo, se dibujó bien, con pantalla corrida por toda la plaza, y con correctísimo golpe de truenos.