Ayer, quizá, Miguel Ángel Tomás Ortí hizo una de sus mejores mascletás en la plaza. Como apertura, tuvo el gesto de respetar la tradicional traca valenciana de inicio. Tras ella, pasó a ofrecer un elaborado diseño de fuego digitalizado moderno. Entre Barcas y Correos dispuso dos alturas de truenos terrestres eléctricos y, frente al edificio consistorial, colocó el fuego aéreo.

Fue muy bonito ver cómo movió el disparo a sus anchas, con idas y venidas en el cielo (haciendo recorridos con sonidos más leves y luego regresos con otros más potentes), para, posteriormente, contestarse en el suelo, al otro lado. Usó serpentinas rojas y verdes de trueno, que bailaban en el aire unos instantes, rodando, temblando de forma preciosa, creando emoción. Cerró esta parte con un golpe, como toca, para pasar a encender la mascletá propiamente dicha. En ella se vio más colorido: espoletas rojas, verdes y moradas. Y, por encima, un acompañamiento aéreo muy bien armado y súper claro: goteos de silbatos, zumbadoras, truenos y, coronándolo todo, mosaicos rojos, que, con su altura, creaban esa ilusión de gran columna erigida en este sagrado templo de la pólvora.

Las cuerdas, que son lo importante, estaban bien atadas: una mascletá robusta y bonita. En llegando al momento cumbre, en puertas de entrar al terremoto, quiso regalar material y volvió a hacer aparecer el fuego digitalizado en el lado Este, para ponerle vestiduras aéreas al clímax terrestre. Mezcló, así, clásico y moderno y, con esto, enriqueció este instante, dándole más vigorosidad y fuerza. Al final, y con una acertada relectura del inicio, volvió a meter fuego moderno, con rotaciones de truenos y con unas pantallas de color y chicharras, emocionantemente aceleradas hasta cercenarlas con dos potentes latigazos en tierra y un último, en el aire.