Tamara Moraga asegura que «todas las mañanas salgo de casa a disfrutar de mi trabajo. Es lo más gratificante del mundo. Crees que no avanzas pero, cuando llega el momento y ves que sí, te compensa el esfuerzo realizado». Hace unos días, lo primero que le dijo un niño autista fue «Tamara, te quiero mucho». «¿Cómo no te va a reconfortar?». Y es que la fallera de Náquera-Lauri Volpi (comisión que lleva desde el año 1995 sin sumarse al cuadro de honor) es maestra de educación especial en el Sagrado Corazón de Godella con niños con diversidad funcional. Lo ha vivido de cuna. «Mi madre era minusválida y mi hermana fue un milagro de la vida: nació prematura, con apenas quinientos gramos, y su desarrollo fue más lento, aunque luego ya fue creciendo y es perfectamente normal. Creo que estas cosas son las que me lo han inculcado y me han hecho saber valorar aún más mi trabajo».

No puede negar que su vida es un desafío al desaliento. Porque en la falla... «fui infantil con doce años y ya muy alta. Es que tardé cuatro años en poder serlo. En mi comisión lo hacemos por sorteo y de forma proporcional a los años que llevas. Si tienes suerte, sales a la primera». Y es que en mayores se repitió la historia: fue a la tercera cuando puso sentarse en el trono.

Su vida se empeña en estar enriquecida. «Hago teatro, pero no en la falla. He estado en una compañía pequeña y también he llevado a un grupo de personas mayores. Yo también actúo con ellos»

Una semana después de su presentación, su madre falleció. «Había luchado toda su vida. Mi padre y mi hermana me dijeron que había que disfrutarlo. Que ella lo querría así».