Diecinueve años, que se dice pronto, ha estado esperando Cristina Marín para ser fallera mayor. Tantos como cuando acabó su reinado infantil, allá por 1997, en la comisión de Duque de Gaeta. El año previo a empezar a comerse el mundo. «He visto crecer a esta comisión, los que llegan ya saben a donde vienen y el que nace en el seno de esta comisión no entiende las fallas si no es a nuestra manera: haciéndolo todo y tratando siempre de hacerlo bien». En aquel 1997 ya dijo «mamá, quiero ser fallera mayor». Y así fue pasando el tiempo. «Había gente para ser, no veía el momento, esperaba tener una situación económica correcta... el típico "cuando te lo puedas permitir" que te dicen en casa. Aunque, a la hora de la verdad, todos me han ayudado».

Y fue fallera mayor siguiendo el ritual. «Aquí se establece un plazo para ser candidata. Si hay más de una, se vota. Si no, se adjudica. Si no hay candidata se ofrece a la primera que lo dice fuera de plazo. Este fue mi caso. Lo conseguí y mi año fue excepcional, como siempre». Tanto, que ella también se ha levantado de la mesa el día 19 de marzo «para hacer la fotografía de Levante-EMV por ganar el concurso a mejor comisión del año. Y volver a serlo en mi año fue otra buena noticia». Pocas personas son tan «del barrio» como las peluqueras. Ella trabaja desde hace ocho años en la peluquería de Gloria Gabaldó, de la calle Pobla de Farnals. «A veces pienso en montar un negocios de hostelería, otras seguir en lo que estoy... tengo mucho tiempo por delante». No es el «falleramayorismo» un terreno en el que Duque de Gaeta brille con tanta luz.

Tanto es así, que tienen una representante por década. «Reme fue fallera mayor en 1993, Victoria fue de la corte en 2002, Aitana fue el año pasado... esto ni se ensaya ni se entrena, influye la suerte... siempre es un orgullo tener una representante. Me encantaría serlo».