«Es que íbamos a gusto a trabajar. Disfrutábamos con lo que hacíamos y fueron los años más bonitos de nuestra vida». Y si vuelves a verte décadas después, las lágrimas afloran. Algo debió tener Lanas Aragón que su antigua plantilla, más femenina que masculina, mantiene contacto a través incluso de redes sociales. Pero ayer fue un día muy especial: se reunieron en el casal de Espartero-Ramón y Cajal, la comisión de su demarcación. Encantados de estar desbordados con la convocatoria estaban los falleros, que a primeros de ejercicio decidieron dedicar el monumento fallero a este comercio y que tuvieron la feliz idea del reencuentro de anoche.

Ernesto Martínez Colomer „todas se refieren al matrimonio como Don Ernesto y Doña Amparo„ estableció su primer establecimiento de venta de medias y ropa en la entonces calle de Aragón, ahora María Llácer, y acabó siendo un gran complejo de venta de textil. Un vídeo recordaba cómo se ha transformado el que fue local emblemático en garaje y finca. «Fue un visionario. Muchas de las técnicas e ideas que hay ahora son de él. La tarjeta de cliente, las ofertas en rojo». Una de las empleadas recuerda haber encontrado «una agenda con nociones de técnicas de venta» recordaba una de las empleadas.

Lanas Aragón, «La Reina de las Lanas», que también fue Marcol fue, visto lo que decía el más de medio centenar de ex empleadas „junto con algún hombre y hasta un par de ex jugadores de balonmano del equipo que auspició„ una familia. Hablaban de las comidas que traía una u otra. Y los bocadillos que hacía doña Amparo. Y entre medio, géneros de punto, composturas y anécdotas, como cuando el patriarca abrió la tienda un sábado a las diez de la noche para darle a una novia el vestido con el que se casaba al día siguiente.

Estuvieron las nietas de los fundadores. «Uno de mis recuerdos de niña es pasear por la calle y que cada tres minutos, alguien paraba a mi abuela. "Hola, doña Amparo"». Porque Lanas Aragón «dio mucho trabajo a gente del barrio» y mucho más. Entre lágrimas se recordaba como don Ernesto pagó un tratamiento a hijos enfermos o cómo dio vivienda a un matrimonio que se les había quemado. Sin duda, una relación que, narrada con la perspectiva de los años, no parece para nada una pose. Se recordaba «cuando te pinchabas con una etiqueta, ¿os acordais que te dejaba amargada?» pero también «la sensación de ir con alegría al trabajo porque eran unos años maravillosos». Se recordó a los escaparatistas, las aperturas de puertas en días de rebajas «que era como si abrieran la puerta de los toros», las despedidas de solteras que hacían las empleadas, los cuadros de Enrique Clemente, hechos a base de hilos de lana.

Las lágrimas afloran cuando se recuerda a «Eulogio, de mantenimiento, que está malito, pero todavía vive». Su nieta les manda recuerdos con lágrimas en los ojos. Como el de muchas de las empleadas cuando recordaban a la gente que ya no está. O «aquella vez que se le hizo un manto a la Virgen y las trabajadoras desfilaron en procesión». O los desfiles de temporada en la Piscina Valencia y en la sala Albión.

También contribuyeron a hacer grande la falla Espartero, que vivió con ellos los tiempos de esplendor, cuando ganaban año tras año la Sección Especial infantil y llegaron a militar con los mejores en la falla grande.

Nadie quiere recordar cómo acabó la historia del negocio, en manos de Rumasa e incendiado.

Hablaban de las fechas de empezar a trabajar, muchas de ellas a finales de los sesenta, hace medio siglo. Entre ellas estaba Vicenta Trigo, la más veterana con 90 años y una de las más aplaudidas. «Es que estamos muy jóvenes».