La presencia masiva de visitantes, unido a la celebración en fin de semana, provocó que la segunda parte de la Ofrenda de las fallas de 2017 pasara a los anales de la historia de este acto por su gigantismo. El hecho de que Raquel Alario desfilara a las 12 en punto de la noche no era más que el remate de una celebración casi sin medida y que tuvo sus momentos complicados. No cabía un alma desfilando, y no cabía un alma en gran parte de la tarde-noche. Tanto es así, que en algún momento se vivieron momentos de tensión cuando las fallas de la calle San Vicente se llegaron a derribar. De hecho, había quejas entre la organización por la falta de efectivos de Policía Local que controlaran lo que en algún momento fue incontrolable.

«La pasarela ha funcionado bien no: muy bien. Ha sido lo mejor que nos podía pasar y aún así hace falta otra», aseguraba el vicepresidente de festejos José Manuel Acosta. Era la consecuencia de esa enorme expectación despertada por el acto. Acaba por ser imposible de explicar el milagro que supone todos los años la Ofrenda. Esa mezcla de falleros participantes, falleros que no participan pero que acompañan y la ingente cantidad de turistas o simples curiosos que sienten verdadera fascinación por el acto.

La consecuencia era que, a falta del recuento oficial la cifra de asistentes había pulverizado la barrera de los 105.000 participantes justos de las dos últimas dos ediciones y que la comitiva marchaba desatada en busca del récord absoluto de 105.000 participantes del año 2014.

Sin tanta gente como la hora punta pero con una emoción indescriptible propia de este acto, Raquel Alario y la corte de honor transitaron por una calle que no olvidarán nunca en lo que les quede de vida. Era el preámbulo más feliz de una fiesta que se extingue pero a la que le faltaba este momento culminante, del que, por muchos años que pasen, nunca decrece su emoción.