Es injusto decir que las fallas son «más de lo mismo» en su totalidad. Con 381 obras grandes, más la municipal, y más de 170 pares de manos diferentes, y a pesar del temor a salirse de los cánones, existe una cierta heterogeneidad en formas y conceptos. Pero la variedad también se mide en otros parámetros, como la temática; donde sí que existe una excesiva atonía en los hilos argumentales que, afortunadamente, algunos proyectos se encargan de desafiar. Otro aspecto para la variedad es el entorno. La ciudad es grande y permite contemplar fallas arrinconadas en las calles más viejas de la ciudad, pero también en cruces de barrios aristocráticos, de bloques residenciales y en zonas de huerta. Portal de Valldigna y Corretgería son la misma realidad que La Punta y Casas de Bárcena, pero en diferente paisaje, ambos sugerentes.

También hay fallas caracterizadas por el ingenio. A veces, por mor de la capacidad del artista (Carlos Carsí se lleva la palma este año en premios de ingenio, seguido por Sergio Musoles) y, en ocasiones, por la ocurrencia de los propios falleros (Cura Femenía, Málaga-Doctor Montoro, San Miguel, Borrull-Socorro...).

En las fallas de 2017 se recordarán casos especiales, como el ingenio que le echó la falla de José Soto Micó para salir de un problema; o la de Ciudad del Artista Fallero, con el proyecto de Sergio Sanz a base de trastos. Las experimentales, federadas o no, siguen creando una tendencia que no es para nada despreciable. Lo mismo que buenas noticias: fallas que crecen a mejor, como Guillem Sorolla o Matías Perelló, hace poco desahuciadas y ahora en franco crecimiento. Con todas las incógnitas que se ciernen sobre el trabajo artesano, las Fallas de 2017 fueron capaces de dejar detalles de valor.