Raquel Alario y Clara María Parejo fueron las últimas personas en abandonar el balcón municipal. Ese espacio en el que, a lo largo de 19 días (realmente, veinte si se incluye el disparo del 28 de febrero) ha sido uno de los centros neurálgicos de la fiesta, se cierra definitivamente. Es verdad que se vuelve a abrir para la "cremà", pero ya no es lo mismo: ni la liturgia del disparo, ni el ambiente posterior, ni la música, ni la recepción a los pirotécnicos.

A lo largo de estas jornadas, el recinto municipal ha sido presidido por las 26 falleras, junto a las autoriades e invitados. Ahora queda cerrado en su versión festiva hasta que el calendario festivo lo reabra. Volverá a estar a disposición de los ciudadanos cada día, pero las fiestas tendrán que esperar su momento. De hecho, para las falleras será nuevamente un lugar especial dentro de siete meses cuando la "mascletà" del 9 d'octubre les anuncie que están en uno de los últimos actos de su reinado.

El cierre es un ritual que empezó, casi por casualidad, en el año 2004. En aquella ocasión, las fiestas tuvieron un añadido de dos días en jornadas de sábado y domingo, para celebrar los actos suspendidos por los atentados del 11-M. Ese domingo 21 se disparó la última mascletà y la entonces fallera mayor Noelia Soria fue la última en quedarse en el balcón. Se le hizo una fotografía, publicada en Levante-EMV, despidiéndose. Un gesto que, poco a poco, fue puliéndose y que se ha convertido en una imagen del ritual de la fiesta: acabó el espectáculo en el balcón de todos los valencianos.