Pasan los años y lo que parecía muy cercano va quedando en el recuerdo. Por ejemplo, Alba es una de las últimas «hijas del Velódromo». Aquellas que compitieron por un puesto en la corte de honor cuando la elección final se hacía en el Lluis Puig. Era el remate a un reinado entrañable que tuvo lugar en el año 2000. «Mi madre había sido fallera mayor en los años ochenta y después volvió a ser conmigo. Yo tenía ocho años y nos hizo mucha ilusión serlo juntas». Si echan cuentas llegarán a la conclusión de que, efectivamente, son diecisiete los años que separan un reinado de otro. Ese otrora habitual intervalo de diez años sigue alargándose en el tiempo. «A partir de ahora, pase lo que pase, lo que busco para mi futuro es encontrar un trabajo que me llene, de algo que tenga relación con lo que he estudiado». Dígase ADE y Derecho con master en abogacía. Mientras, porque un dinerillo no viene mal, en verano trabaja de asistente de ventas en la tienda Decathlon de Aldaia. Aunque su mundo está en Russafa, en la Real Falla. Su padre es de la Malvarrosa y su madre, ruzafeña. Era blanco y en botella imaginar donde iba a ir a parar.

«Quería ser fallera mayor desde que fui infantil. Era una experiencia que no quería dejar de vivir. Es el año perfecto, con los estudios acabados·». El año perfecto y el ejercicio perfecto porque «ganamos el primer premio con la falla grande». No todo son fallas, aunque casi. ¿De cero a diez en todo el tema de falleramayorismo? «Digamos que un siete. Me gusta vivir eso momentos, estar presente o enterarme por quien está en directo y conocer a las falleras que eligen? sin obsesionarme, pero sí que me gusta, claro». Pero de vez en cuando también se aleja de las multitudes. «Me gusta mucho el senderismo y perderme en la naturaleza».