No tiene suerte la Ciudad del Artista Fallero a la hora de vender sus bondades como espacio. Ni la Junta Central Fallera a la hora de convocar eventos populares. En la Trobada de la Joventut llovió en las horas previas y la convocatoria se diluyó. Ayer fue el peor día imaginable para llevar un público especialmente infantil a la fiesta de celebración del Patrimonio de la Humanidad: frío intenso y vendaval. Pero, a la hora de la verdad, lo que importa es vislumbrar lo que, con un proyecto de urbanización de la zona en marcha, se puede llegar a hacer. Aquello que algunos ya han visto de primera mano en Viareggio con su «Ciudad del Artista Carnavalero», en el que la construcción de las carrozas se complementa con museos, atracciones, espectáculos y, en definitiva, parque temático de su fiesta.

Ayer, las calles del, en parte, vetusto polígono artesano tuvieron falla, fuegos artificiales, talleres, visitas al museo (casi quinientas entradas, según el propio Gremio), pases de indumentaria, música de Bajoqueta Rock y el colofón del fuego, cuando la falla más breve de la historia, plantada por Juanjo García, reprodujo nuevamente la imagen icónica del cartel de Fallas del pasado año. Todo ello, entre esas naves antiguas y un descampado al que se le ha pasado la segadora. ¿Qué se podría hacer con la urbanización de esos espacios, la construcción de nuevas naves más modernas y la adecuación general del entorno? Cada fiesta que se organiza allí es un descubrimiento para nueva gente de la ciudad. Para los de fuera sería el no va más. El anhelado polo turístico (una de esas tablas a las que se aferran los responsables del colectivo gremial antes de que la profesión salte por los aires) está, según aseguraban, al alcance con voluntad. Y con dinero, claro. Es la única posibilidad, porque no va a existir otra Ciudad del Artista Fallero de este estilo: si desaparece, cada artista se buscará la vida (La Pobla de Vallbona va camino de ser la Ciudad Fallera II). Así que, cuando la falla se cayó consumida por el fuego, tras lanzar pavesas que los bomberos controlaban por si se desviaban hacia los talleres, la jornada acabó con esa sensación de que las posibilidades son infinitas. Si: se podía haber plantado una falla diez veces más grande y en la plaza del ayuntamiento si el aniversario lo merecía. Pero esa es otra historia.

El caso es que la fiesta, la que hubo, pudo haber sido mucho más, porque en condiciones normales, los alicientes, habrían sido suficientes. Deberá reflexionar la Junta Central Fallera si la escasa convocatoria a estos eventos se debe sólo a las infames condiciones ambientales o si es algo más, aunque no menos cierto es que, cuando el tiempo acompaña, el éxito está asegurado, como en la «Nit de la Punxà». A nadie le debería amargar un concierto de Bajoqueta Rock, con el que los asistentes se lo pasaron en grande. El desfile de indumentaria se siguió con la nave que se utiliza para eventos especiales llena de gente. Pero los talleres quedaron desangelados, lo mismo que la merienda. También se presentó el libro conmemorativo.

Había gente a la hora de quemar la falla, pero mucha menos que en con mejores condiciones. Prueba de ello fue la parte ceremonial: la fallera mayor infantil, Daniela Gómez, entregó una copia del certificado expedido por la Unesco, (por el que, en francés, se reconoce a «La Féte des Fallas valenciennes» como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad) a un centenar de comisiones. Sería un mejorable poder de convocatoria, si nos atenemos a la totalidad del censo, pero no está nada mal si se tienen en cuenta todos los factores o incluso la temporada, con las comisiones viajando por la ciudad para asistir a presentaciones. Hubo mucha gente que, una vez cumplido el trámite, se marchó. Porque, lo que es en la calle, la sensación térmica era terriblemente desagradable. Aún fue provindencial que Bajoqueta hiciera moverse al aterido personal.

Todo sea dicho, la idea de los certificados fue lo mejor pensado: dicho diploma debe ir a parar, enmarcado, a los casales de las comisiones. Es el célebre «sello de calidad», pero la ceremonia fue entre protagonistas infantiles, queriendo simbolizar esa garantía de futuro que supone el traspaso de tradiciones y ritos de generación en generación.