Todos los años hay fallas «redondas». De las que el artista ha dado en el clavo. Y no hace falta que sea la más alta, la más cara o la más bonita de Sección Especial. El año pasado, por ejemplo, la Plaza del Árbol presentó una fallita portentosa. Este año, posiblemente, ese particular premio habría que dárselo a Sevilla-Dènia. La comisión ruzafeña (la del concejal Carlos Galiana) echó mano de la tecnología y ha creado un juego expresivo. Protagonistas conocidos han pasado por el escáner para convertirse en material combustible. A la hora de exponer críticas, la falla infantil la hace pidiendo silencio y la grande, lanzando gritos. La primera, de problemas relacionados con la infancia y la juventud. La grande, temas relacionados con la fiesta. El hiperrealismo de las figuras (para las que había que pintar extremadamente bien) ha llamado mucho la atención. Sevilla-Dènia lleva años plantando fallas «diferentes», con distinto éxito. En esta ocasión han acertado de pleno.

En general se puede decir que los 381 bocetos, y otras tantas fallas en la calle, han aportado más fórmulas no convencionales. No quiere decir que todo sea bueno, atractivo o interesante. Tampoco todo son, necesariamente, fallas «experimentales». No puede considerarse así a fallas realizadas por falleros y con materiales tradicionales. Lo mismo sucede con las torres de vareta que ha plantado Juanjo García en numerosas demarcaciones. Incluso fallas especialmente toscas cobran valor precisamente por esa falta aparente de calidad.

Hoy se queman las fallas. A estas alturas, no pocas de ellas empiezan a mostrar señales de deterioro. Son obras efímeras porque se queman, pero también porque, en no pocas ocasiones, no hay preocupación por mantenerlas limpias y cuidadas. Cuando esta noche desaparezcan rápidamente, tan sólo quedarán de ellas el recuerdo que hayan dejado. Algunas merecen un recuerdo más perdurable.