Una de las expresiones más habituales en la fiesta es la de ser fallero o fallera desde que se nace. Tanto, que no son pocos los recién nacidos que están apuntados a la comisión incluso antes de serlo en el Registro Civil. Estos rituales se completan con la participación en la Ofrenda. Salvo que la criatura esté resfriada o que el día sea desapacible, no hay acontecimiento en la vida de los padres falleros como la de llevarlos a participar en su primera Ofrenda. Muchos lo hacen en cochecitos, pero, en el caso de los más pequeños, se llevan también a brazo.

Son muchas las historias que se escriben de esta forma. Sin ir más lejos, la actual fallera mayor de València, Rocío Gil, nació un 3 de marzo y, cuando se le ha preguntado, siempre cuenta que ese mismo año, con apenas dos semanas de vida, ya pasó por primera vez ante la imagen de la Virgen de los Desamparados, ritual que continuaría los 25 años siguientes y que repitió anoche.

Este primer desfile tiene mucho de agradecimiento porque gran parte de ellos ya hicieron una ofrenda anterior, en el vientre de sus madres. No son pocas las falleras embarazadas que desfilan, para lo que es necesario algún arreglo en la indumentaria. Los nuevos falleros desfilan con algún tipo de vestido, más allá de las pertinentes mantas. Los hay que van con faldones de bautizo, pero lo normal es que, si la edad lo permite, puedan hacerlo ya con alguna pequeña pieza: un chalequito o un cuerpo de fallera. Son momentos de enorme carga sentimental y que alimentan de emoción el acto.