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La actitud destructiva del patrimonio

El cronista del Puig condena los destrozos del patrimonio en manos de republicanos y por los bombardeos franquistas

La actitud destructiva del patrimonio

Tras un concienzudo estudio de la Segunda República cabe preguntarse: ¿qué ocurre cuando la democracia es dominada por la demagogia porque la población no ha recibido una educación filosófico-ética que la convierta en ciudadanía crítica? Y, ¿qué sucede cuándo se confunde revolución con destrucción y laicismo con antirreligiosidad? Seguramente, estas ingenuas pero graves confusiones convirtieron a la Segunda República en lo contrario de lo que se pretendía. La iconoclasta actitud frente al legado patrimonial histórico-artístico valenciano lo confirma. Importantes conjuntos eclesiásticos y artísticos de la Comunitat Valenciana fueron incendiados y destruidos.

El monasterio del Puig de Santa María atesoraba uno de los conjuntos más simbólicos y representativos del ser de los valencianos. Sin embargo, su legado histórico fue destruido ciega e irreflexivamente. Los autores estaban imbuidos por la ingenua creencia de que aniquilaban al enemigo, cuando realmente se estaban destruyendo a sí mismos, a su cuerpo cultural e histórico. Uno puede ser creyente, agnóstico o ateo, pero ni puede ni debe anular lo que le define, cultural e históricamente, porque, entonces, es cuando cae presa de lo que desconoce, de su ignorancia histórica. En vez de liberarnos, esta bárbara forma de actuar, nos esclaviza, al incapacitarnos para ser conscientes y conocedores de los ingredientes histórico-culturales que nos personalizan como pueblo y nos impulsan a actuar como lo hacemos.

Aquel patrimonio se podía haber utilizado como elemento que diese fuerza a un proyecto político y democrático coherente, que definiese la oposición contra cualquier actitud totalitaria, como la de Franco y sus aliados fascistas. Pero la actitud antihistórica de esta destrucción se convirtió en lo mismo que pretendía anular, en una actitud antidemocrática. Una de las causas fue que ciertos ideólogos y políticos republicanos mostraron una ignorancia e inmadurez totales frente al valor identitario y proyector, para el presente y para el futuro de nuestro patrimonio.

Así, Lerroux, fundador de un partido demagógico de derechas y anticatólico, animaba irresponsablemente diciendo: «jóvenes bárbaros de hoy, entrad a saco en la civilización decadente y miserable de este país sin ventura, destruid sus templos, acabad con sus dioses?., penetrad en los registros de la propiedad y haced hogueras con sus papeles para que el fuego purifique la infame organización social» (La Rebeldía, I-IX-1906). Otra actitud, que llevó a este error a muchos valencianos con buena voluntad, pero con una devastadora ceguera democrática, fue la de los ideólogos de corrientes totalitarias de «izquierdas» que pensaban que revolución significa destruir todo «lo anterior», desconociendo que la herencia histórico-cultural, es lo que nos socializa y nos convierte en seres humanos, en valencianos.

La Pava bombardeó el Puig

Por último, el golpe militar de Franco, en 1936, que inició una guerra, causó una devastación, de dimensiones catastróficas, en vidas y patrimonio histórico. La aviación franquista, apoyada por Mussolini y Hitler, hizo estragos en el legado valenciano. A escasos 20 metros de una torre del monasterio, la Pava lanzó una bomba, pero por suerte no cayó en el monumento.

No obstabte, hubo auténticos republicanos demócratas que sabían que la clave para crear una verdadera democracia era conservar el patrimonio histórico que describía lo que somos en el presente. Su actitud fue ejemplar, pero la mayoría no estaban preparados para entenderles. La Agrupación al Servicio de la República condenó atrocidades como la quema de conventos en 1931, como el de San José en Valencia. Junto a ellos fue decisiva, «en la protección del patrimonio bibliográfico y documental de la Comunidad Valenciana», la labor del valenciano Felip Mateu i Llopis, católico de derechas y demócrata (La Guerra Civil en la Comunidad Valenciana, vol. 17, p. 125). Y el valenciano Josep Renau, del Partido Comunista, jugó un papel crucial en la salvaguarda del patrimonio artístico-cultural, al ser nombrado Director General de Bellas Artes en 1936.

Será Teodoro Llorente Falcó el que dirá, como republicano, que el «ministro de Instrucción Pública, que tanto interés muestra por todo lo que afecta al recuerdo glorioso de nuestra historia, debiera llamar la atención de las autoridades del Puig, a fin de que el viejo monasterio se le dé una aplicación que permita su conservación» (La iglesia del monasterio del Puig, 1932).

Siguiendo la actitud de estos republicanos ejemplares, hoy, el patrimonio histórico que ellos lograron defender y conservar posee un papel fundamental. Pues, son el patrimonio histórico y la Historia, creada a partir de él, los que, al concienciarnos sobre nuestra identidad, nuestra personalidad y nuestras diferencias, nos capacitan para participar democráticamente construyendo un proyecto político solidario, más allá de siglas de partido, porque lo que nos aúna y catapulta es el patrimonio histórico que compartimos.

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