«Queremos que percibáis la realidad de la Coma por los poros». Era la frase con la que Juan Cristóbal Cantero, presidente de la Asociación de Vecinos y Entidades del Barrio de la Coma de Paterna, recibía a representantes de los grupos políticos municipales de Compromís, PP y Podemos ayer en una jornada de «Gran Hermano» organizada por la propia entidad vecinal para reivindicar las necesidades de su barriada. EUPV no acudió por problemas de agenda y Ciudadanos, por disconformidad con la fecha de la cita. Del PSPV, que ostenta la alcaldía, no acudió tampoco ningún concejal. En principio estaba previsto que los ediles presentes se quedaran a dormir allí, pero la entidad vecinal estimó al final que era suficiente con que sintieran lo que es la barriada por la noche.

Encajado entre residenciales de lujo o semilujo vallados y separados con setos como Los Sotos y Campo Olivar, el complejo comercial de Kinépolis y la autovía CV-35, permanece desde hace 35 años prácticamente anclado en el tiempo y la degradación el barrio de la Coma. Ha habido ciertas mejoras desde entonces como la implantación de red eléctrica. «Antes teníamos que ir por la noche con linternas», revela un vecino. Pero evidentemente esto no es suficiente.

Este Barrio de Acción Preferente todavía no ha sido recepcionado por el Ayuntamiento de Paterna. Sus edificios pertenecen a la Conselleria de Vivienda. La carencia de servicios es evidente. El mes pasado cerró su último supermercado. Tan solo queda una pequeña tienda -el único establecimiento en activo en el edificio del mercado-. Allí se venden patatas, cebollas, arroz, leche, agua y otros productos básicos. En su estantería hay alrededor de una treintena de cajas de plástico para gominolas... en las que tan solo hay siete contados caramelos. Su propietaria confiesa que está «muy quemada». «Estoy a punto de cerrar. No me voy de vacaciones porque no tengo dinero y porque si tengo cuatro patatas o cuatro cebollas eso es lo que tiene el barrio. Nunca hemos tenido apoyo de nadie. Hay que concienciar a la gente del barrio también para que dé uso a lo que se tiene», lamenta.

Un simple paseo por sus calles muestra a los concejales la paupérrima situación del barrio. No hay papeleras. La suciedad se amontona por el suelo. Latas, bolsas de plástico, jaulas, sillones, sofás... todo tipo de enseres se amontonan en cualquier rincón de la vía pública. En algunos puntos el mal olor irrita a cualquier nariz, excepto a la de los que ya se han acostumbrado a ello.

Los edificios muestran múltiples ventanas tapiadas, con persianas rotas o con tendedores de suelo atados a las cornisas. Allí viven más de 6.000 personas. Uno de estos bloques, pegado a la vía principal, se ha convertido en símbolo de la degradación del barrio. Se calcula que se deben invertir más 1,5 millones de euros para rehabilitarlo y que vuelva a ser habitado. «Eso no es solución. Te dan una vivienda aquí para sufrir. Meter más gente supone más problemas para la gente sin recursos», advierte Ignacio, un miembro de la asociación vecinal.

A escasa distancia está el que algunos califican como «el muro de la vergüenza». Se trata de una pared de cemento de alrededor de metro y medio de altura, con varios boquetes derruidos, que rodea una parcela que debía ser el patio de recreo del Colegio Público Antonio Ferrandis. Allí se ubicaron por un tiempo los barracones de la escuela. Ahora solo almacena basura junto al centro educativo que, por cierto, tiene las puertas abiertas 24 horas al día y presenta un aspecto desolador.

El punto de encuentro social en el barrio es un local de la Asociación Peña Valencianista La Coma, de unos 100 metros cuadrados, sin ventanas y con solo un pequeño ventilador para hacer frente al asfixiante calor veraniego. De vez en cuando pasa una furgoneta cargada de chatarra, principal modo de sustento de buena parte de la población de la Coma, acuciada por unas cifras cercanas al 70 % de paro.

Otro de los grandes problemas es el transporte y la comunicación. Para llegar a Paterna es imposible hacerlo a pie porque la autovía CV-35 lo impide. Si no se tiene coche, la situación se complica. Una simple gestión en el ayuntamiento supone coger el tranvía -único transporte público del lugar-y hacer empalme en Burjassot. Y a un precio no tan asequible para un barrio donde hasta 300 familias están incluidas en un programa municipal de ayudas para la adquisición de alimentos.

Y entre toda esta vorágine depresiva todavía surgen iniciativas desde dentro del barrio. Unos jóvenes propusieron dar uso al polideportivo con un gimnasio en el que dar cursos sobre estilo de vida saludable. Otros se han adherido a una iniciativa de formación y autoempleo en cultivos ecológicos. «Queremos dar visibilidad a que los vecinos tienen iniciativas autoorganizadas. Hay capacidad de hacer cosas», reivindica Rosario Faet, presidente de la Asociación Crecer en la Coma.

¿Y qué opinan los políticos? «Como concejal esto me da vergüenza. Se está fallando. Aquí no hay mejora de calidad de vida y lo estamos comprobando», resume Frederic Ferri, de Podemos. María Villajos, del PP, reclama que el barrio «necesita una acción urgente de limpieza». Mientras, Carles Martí, de Compromís y en el equipo de gobierno local junto al PSPV, señala que «hay un grave problema de convivencia entre los propios vecinos». Y todos ellos coinciden en que la solución es «muy díficil y supone un gran esfuerzo». Ahora ya lo han palpado de primera mano: La Coma necesita ayuda.