Las fiestas de la mayoría de los pueblos españoles están dedicadas a sus patrones, aunque en muchos casos hay un trasfondo de fiestas paganas previo a la llegada del Cristianismo. Una evolución que se ha mantenido a través de los tiempos, adaptándose a la realidad de cada pueblo. Tomando como punto de partida 1968, el año en que fue derribado el Palacio Arzobispal, los últimos 50 años de las fiestas de Puçol son un buen ejemplo de esta capacidad de adaptación a cada época.

En 1968 las fiestas eran muy sencillas: volteo de campanas y más de mil tronadores a las 13 horas, por la noche verbenas y variedades con grandes orquestas, todo ello concentrado en los días 6, 7 y 8, quedando el primero para la entrada de la murta, el segundo para los festejos taurinos y el último para los actos de la patrona.

Era un esquema que se venía repitiendo con ligeras variaciones desde los años 50 y que comenzaría a cambiar en los 70 por una celebración especial: el IV Centenario de la Virgen, lo que obligó a cambiar el toro del día 7 al 5 (un cambio que también se dio en 1975 y también por la patrona, en este caso el 50 aniversario de la coronación, que llevó el toro del 7 al 6 de septiembre) y supuso la aparición de otros actos, como la cabalgata infantil, la multiplicación de los torneos y exhibiciones deportivas, la ofrenda de flores, la traca corrida por la calle Sant Joan hasta la plaza de la Victoria (hoy plaza del País Valencià) y la incorporación en el programa de una misa el día 10, acompañada ese año de una visita de la patrona a distintas calles del pueblo.

El final de la dictadura, en 1975, también supuso cambios, iniciándose la época de artistas famosos que venían a cantar el día 9, al tiempo que aparecían clavarios infantiles y de la tercera edad (para acompañar a los jóvenes, únicos organizadores de la fiesta hasta entonces). En aquella época se reordenan de alguna manera los tres días grandes de las fiestas: el 7, día del toro; el 8, día de la patrona y fiesta organizada por los festeros; y el 9, fin de fiesta a cargo del Ayuntamiento.

También la romería al Cabeçol comenzó a figurar en el programa mediados los 70, aunque de hecho la visita se hacía desde 1970, sin anunciar y por parte de un centenar de vecinos, hasta que el auge del acto recomendó reformar la montaña, tarea que fue realizada por los feligreses, de forma gratuita, aportando su trabajo los fines de semana.

La década de los 70 finalizó con una doble fiesta que se mantuvo varios años, incluido un doble llibret: uno con las fiestas patronales, a cargo de los festeros y la cofradía, y otro con las fiestas populares, editado por el Ayuntamiento. Una división felizmente superada con el tiempo.

Ya en los 80, la multiplicación de las fiestas amplió los actos populares en las calles (desde las danzas al concurso de paellas), el toro se amplió con encierro matinal del día 7, la cabalgata comienza a ofrecer premios en metálico que disparan la participación hasta hoy mismo, y se normaliza otra propuesta: compartir la fiesta con la parroquia de Santa Marta, donde la imagen de la patrona pasa un día y una noche.

Los 80 fueron también los del boom de las peñas taurinas, que acompañaban los cajones el 7 de septiembre y que formalizaron una agrupación que hoy continúa acompañando, aunque también han preferido diversificar su oferta y hoy, estos creadores de eventos son sobre todo conocidos por haber puesto en marcha la Ruta de la Tapa, sin duda la gran idea que ha potenciado las fiestas en la última década.

En los 90 la tensión que había existido en años anteriores, en la surgió la separación entre fiestas populares y patronales, desembocó en la ausencia de festeros durante varios años, lo que obligó al Ayuntamiento a asumir la programación y el coste total de los festejos. Fue la época en que desapareció la noche de cohetes, que había dado más de un quebradero de cabeza a algunos vecinos de la calle Sant Joan, sobre todo porque la ausencia de medidas de seguridad finalizaba con rotura de canelones y cerraduras y pintadas en algunas paredes.

La presencia de festeros jóvenes, infantiles, adultos y de la tercera edad se convierte en algo normal a finales del siglo pasado y hoy es difícil imaginar unas fiestas sin un día específico para cada edad.

Y las medidas de seguridad son, sin duda, el gran avance del siglo XXI: para la noche de cohetes, que ha regresado, pero con una jaula de protección en el antiguo campo de fútbol; para la cabalgata y la noche de paellas, dos de los actos estrella en la actualidad, que acumulan miles de participantes cada año; también para la romería al Cabeçol, que ahora evita el trayecto por la carretera de Barcelona y transcurre por la antigua Vía Xurra, con acompañamiento de Policía Local y Protección Civil; incluso para los escenarios, más grandes, sólidos y estables que aquellos que había que desmontar en la misma noche, en los años 60, para trasladar la fiesta a la plaza de la Báscula o a cualquier otro enclave del pueblo.

Y a lo largo de estas cinco décadas ha habido cambio de nombres (de clavarias a festeras), de horarios (la entrada de la murta pasa de la noche a la tarde, la misa del día 8 se retrasa a mediodía) e incluso de roles (han desaparecido la reina de las fiestas y sus damas de honor). Todo ello supone la constatación de que las fiestas están vivas y se adaptan a los nuevos tiempos, a las nuevas costumbres y, por qué no, también a celebraciones puntuales que imponen una programación acorde al evento (como el nuevo campanario en los Santos Juanes o las ya citadas dos conmemoraciones de la patrona).

Pero la rueda del tiempo en muchas ocasiones nos lleva de nuevo a los inicios, como demuestran dos ejemplos muy distintos entre sí: las famosas bolletes de Vicent d´Anna (esas poesías lanzadas desde las carrozas) tuvieron su parón, pero hoy vuelven a aparecer por las calles tras la cabalgata; y si en los 70 las campanas dejaron de sonar todos los días, probablemente porque generaban quejas entre los vecinos, hoy esas campanas suenan en un horario más selectivo, pero lo hacen de forma manual, porque un grupo de jóvenes campaneros tradicionales se ha sumado a las fiestas de todo el año haciendo sonar las campanas a la antigua usanza.

Una recuperación de tradiciones que también se ha extendido a la noche de cohetes (en un espacio cerrado para evitar accidentes), la noche de variedades (vinculada al día de la tercera edad, por aquello de recordar los viejos tiempos) y unos festejos taurinos que ya no son sólo el 7 de septiembre, ahora llegan a todos los barrios en distintas fechas.