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Recuerdos del último guardabarrera

Andrés Pozo ocupó casi 20 años las torretas que controlaban de forma manual los pasos a nivel de Godella y Meliana - Solo recuerda un arrollamiento y fue leve

Recuerdos del último guardabarrera

«Los trenes de antes, de madera, eran mucho más bonitos que los de ahora, pero la seguridad de un paso a nivel automático es mucho mayor a los manuales que controlábamos nosotros hace décadas». Su palabra es ley en materia ferroviaria. No en vano se ha pasado 25 años en el sector, una veintena de ellos como guardabarrera: el último en las torres de mando de Godella, primero, y de Meliana, después.

Andrés Pozo (Chiclana de la Frontera, 1944) llegó a València con sólo 23 años. Le acompañaba un primo suyo. Ambos buscaban un futuro mejor. En la naranja, quizá. Pero el andaluz vio un filón en los trenes. «Veía que trabajaban poco y cobraban bien», bromea. Cada dos por tres se plantaba en las oficina ferroviarias de FEVE, en la estación del Pont de Fusta, en busca de trabajo. «Siempre me decían que no había faena», recuerda.

El trenet nació a finales del siglo XIX. Se ejecutó en varias fases hasta completar una línea de más de 52 kilómetros entre Bétera y Villanueva de Castellón, hoy la Línea 1 de Metrovalencia. Al final decidió presentarse a los exámenes que convocaba FEVE para entrar en el compañía. «Suspendí los dos primeros, pero en el tercero aprobé», explica al periodista y a Fernando Gálvez, del Taller de Historia Local de Godella, que también ha recogido la trayectoria de Andrés Pozo.

En principio, debería haber estado un tiempo en la brigada de obras y mantenimiento ferroviario pero su ascenso fue fulgurante. Pasó directamente a guardabarrera. A mediados de los 50, una orden ministerial ordenó colocar barreras manuales en los pasos a nivel, en lugar de las cadenas que se hacían servir hasta entonces. En Godella se construyó una torre de mando en el cruce de las vías con la actual Arzobispo Fabián y Fuero. En aquella época era era la carretera que conducía hasta Torres Torres y el tráfico era considerable. El otro paso a nivel, con escaso tránsito, se reguló únicamente con señales luminosas y acústicas.

«Se jubiló uno de los guardabarreras y me dijeron que el puesto era mío», explica. Corría el año 1983. Andrés y sus otros dos compañeros desempañaban turnos de ochos horas, en mañana o tarde. «En fallas, con el tráfico que había trabajábamos las 24 horas», rememora. Allí, estaba atento por las ventanas que permiten ver ambos sentidos de la vía y mediante una palanca manual bajaba las barreras para que coches y peatones no pasaran, además de activar los discos rojos de advertencia de la llegaba del convoy. «La carretera tenía mucho tráfico y tenías que estar muy atento. Aún así había bastantes conductores que no frenaban y rompían las barreras, que eran dos largas barras de madera», cuenta el guardabarrera

Además, debía anotar cada incidente que ocurriera en el libro de registros. «Una vez un camión iba bastante rápido y al frenar, con el suelo mojado, quedó atravesado en medio de la vía», recuerda. También dar parte por teléfono si ocurría algo grave. «Nunca paso nada. Solo una vez una chica intentó cruzar rápido para coger el tren en la estación -unos metros más allá del paso a nivel- y el tren le pegó un golpe que la lanzó contra la acequia. Cuando vino la ambulancia se levantó y se fue y no quiso que la atendieran», recrea. De repente le viene otro recuerdo. «Otra chica intentó cruzar y el tren se le llevó el bolso enganchado», describe mientras mueve la cucharita de un cortado en el centenario bar Central, otro emblema del municipio.

En las horas muertas aprovechó para estudiar y sacarse el carné de conducir. Aquella mesa todavía habita en la segunda planta de la torre de mando, al igual que la palanca para accionar las barreras. «Al principio me traje una televisión para ver el fútbol pero el capataz me la quitó. Ni la radio me dejaban tener», indica.

En 1987, Ferrocarrils de la Generalitat asumió la gestión del antiguo trenet y poco a poco fue automatizando la seguridad de los pasos a nivel. El de Godella fue el último. Fue en 1997. «Hubo problemas para encajar las máquinas en las partes laterales. Durante un tiempo, seguimos con la barrera manual mientras los técnicos hacían pruebas», explica.

Dejó la torre de Godella y fue trasladado hasta la de Meliana, que formaba parte del ramal construido en su día hasta Rafelbunyol, donde curiosamente también se jubiló su predecesor. Allí seguían bajando las barreras a mano. «Fueron mis últimos cinco años como guardabarrera. Cuando automatizaron el paso a nivel, me destinaron a la brigada de mantenimiento otros cinco años hasta mi prejubilación», apostilla. En sus inicios como guardabarrera empezó cobrando 36.000 pesetas al mes y se marchó percibiendo más de cien mil.

Andrés sigue viviendo en Godella, a escasos metros de la torre de mando. Recuerda la frecuencia de trenes de su época de guardabarrera, aunque ahora el sonido de las bocinas pasan desapercibidas para él. «No me acuerdo del tren, pero sí lo utilizo para bajar a Burjassot a comprar», admite.

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