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Artesanía

El abanico de nácar, una reliquia única de Aldaia

La familia de Aldaia es la principal productora de abanicos de España y la última empresa que queda: los supervivientes del nácar, su especialidad

El abanico de nácar, una reliquia única de Aldaia

«Todo aquel que trabaja en lo que le apasiona cobra tres veces. La primera, en el momento en el que realiza su labor; la segunda, cuando recibe halagos de su cliente y, la tercera, cuando llega la retribución económica que le permite continuar haciendo lo que hace». Son palabras de Ángel Blay Villa, un artesano de abanicos de Aldaia que se agarra a su pasión aunque sabe que algún día deberá dejarla. El taller familiar es, en esencia, un superviviente. Son los únicos artesanos en España, en Europa y puede ser que en el mundo entero que continúan creando abanicos de nácar, su especialidad. La familia Blay Villa lleva desde principios del siglo XX creando. Abanicos, espectáculos, magia... incluso música. Fue en aquel año, 1900, cuando el abuelo de los tres hermanos Ángel, Javier y Paco comenzó a interesarse por la artesanía del «palmito».

Llegamos al local de trabajo. Sin embargo, «a priori» no parece que lo que uno se encuentre dentro sea eso, un extraordinario y único taller de abanicos. Instalado en un antiguo edificio de viviendas cerca de la plaza del Ayuntamiento de Aldaia se encuentra la familia de artesanos.

Angelita Villa es madre de los tres hermanos. Mientras hace punto (y compañía a sus hijos) cuenta que su marido, Paco Blay, viajó en los años 50 a París y allí aprendió la técnica en la que los Blay Villa se han especializado y lo que les hace tan característicos y únicos, pues hoy en día, nadie lo hace igual: los abanicos de nácar. «Hacemos abanicos de ébano, de palo santo pero nuestra especialidad es el nácar», recalca.

Para fabricar un producto único, cuenta Paco, el mayor de los hermanos, «hace falta todo un trabajo artesano». El material de nácar que han acumulado durante años, calculan que les durará toda la vida. Pero, ¿de dónde viene?, los hermanos cuentan que el que utilizan viene del Pacífico porque es «el mar que más oxigenación tiene». «Indonesia, Australia, Tahití y el Golfo de México son algunos de los lugares de los que proviene», explican.

El «secreto» de su otra especialidad, el de la restauración, es que al reparar abanicos muy antiguos -del siglo XV, XVI y hasta la actualidad- utilizan las mismas herramientas, los mismos materiales y las mismas técnicas que hace siglos. «No imitamos nada», afirman.

Sin embargo, eso lleva un tiempo. Ángel, el mediano de los tres, apunta que un ejemplar muy elaborado y cuidado puede llegar a llevar hasta tres meses de trabajo. El más caro que han vendido, oscila los 40.000 euros. Los clientes de los Blay Villa son coleccionistas, anticuarios y establecimientos «de mucha calidad y especialidad como Casa Diego en Madrid» que, según cuentan, es «la mejor tienda de abanicos». Exportan a todo el mundo.

Por otra parte, el Museu del Palmito d´Aldaia (y ahora el Museu Comarcal de l'Horta Sud) recoge gran parte de su colección artística, cientos de ejemplares donados, restaurados y creados por ellos llenan las vitrinas de la exposición.

Nadie es profeta en su tierra

Los Blay Villa son bien conocidos en muchas partes del globo como uno de los pocos talleres artesanos de abanicos que existen. Al cruzar el charco son reconocidos pero en València, pasan desapercibidos en su labor. Como refleja el dicho «nadie es profeta en su tierra», ni siquiera esta familia de artesanos centenarios. «A veces la gente de València o incluso de Aldaia se desplaza hasta Sevilla para comprar abanicos y lo cierto es que quizás ese ejemplar está elaborado a pocos metros de su casa», bromea Ángel. «Estamos más valorados fuera de España», lamenta. Saben que algún día tendrán que cerrar «el chiringuito» pero ellos son felices con lo que hacen. «El trabajo es limitado, eso lo tenemos muy claro, pero somos felices, somos unos apasionados de los abanicos. La ilusión es lo más importante y eso es lo que nos lleva a querer hacer ejemplares realmente irresistibles en cada pieza que hacemos».

Mientras conserven los tres cobros, subsisten. Cuando el último deje de darles de comer siempre podrán dedicarse al arte o al espectáculo. Al fin y al cabo su madre fue la mujer de hierro. Pero eso ya es otra historia.

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