­Nunca había sido tan importante separar bien el grano de la paja. Nadie podía imaginar que la paja de trigo podría dejar de ser un residuo de la industria agroalimentaria para convertirse en la materia prima de toda una tecnología. El Instituto Tecnológico del Plástico Aimplas, junto con la empresa valenciana de porteros automáticos Fermax , participa en un proyecto de colaboración europea para el desarrollo de bioplásticos a partir de la alimentación de unas bacterias a base de azúcares con los que sintetizan naturalmente este material.

«Igual que nosotros acumulamos grasa en nuestro cuerpo al comer, las bacterias almacenan el plástico en su organismo». Con esta comparación explica Ana Espert, coordinadora técnica del proyecto en Aimplas, el proceso por el que están investigando para la creación de la nueva modalidad de bioplástico. «Se realiza una extracción de los azúcares presentes en la paja de trigo y con eso se alimenta a la bacteria», cuenta, «la bacteria los transforma, los sintetiza, y va acumulando en su organismo el plástico». El proceso dura 48 horas, durante las que se alimenta al cultivo de microorganismos y, una vez han acumulado una determinada cantidad del material, se extrae para comenzar a trabajar con él.

El plástico extraído directamente de las bacterias tienen unas propiedades buenas, pero, tal como comenta Espert, las quieren aún mejores. Para ello, este material se mezcla con otras fibras naturales, sacadas de la misma paja de trigo, con lo que se consigue reforzar el plástico y hacer que aumentar la calidad de sus propiedades mecánicas. «No es un proceso tradicional», explica Espert, «ya que los plásticos normalmente se sacan del petróleo». La coordinadora en el instituto cuenta que el proceso de producción de estos plásticos se conoce desde hacía años, pero debido al proceso complicado y con apenas rendimiento, no se había desarrollado antes. «Nosotros estamos buscándole nuevas aplicaciones que permitan su comercialización», dice. Estos bioplásticos nacidos a partir de residuos orgánicos ya estaban industrializados, pero su precio en el mercado es todavía demasiado elevado.

El instituto valenciano está embarcado en el proyecto europeo Bugworkers, en el que colaboran con 15 socios europeos, entre los que se cuentan Fermax y el centro tecnológico vasco Tecnalia. Entre todos ellos están llevando a cabo esta iniciativa, en la que Aimplas participa como coordinador, planteada con una duración de 4 años, de los que ahora mismo quedan 18 meses. «Ya se ha conseguido sintetizar el plástico a nivel de laboratorio, ahora falta escalar el proceso para obtener cantidades más grandes de plástico», cuenta la investigadora, que defiende que en el próximo año o en un año y medio podrán tener piezas hechas del bioplástico.

La participación de la valenciana Fermax es importante y Espert los define como «la parte final de la cadena». «Dentro del proyecto Bugworkers hay otras empresas que se encargan de sintetizar los azúcares y nosotros nos encargamos de producirlo», cuenta, mientras que Fermax está interesado en utilizar el plástico en sus porteros. La utilización de este residuo agroindustrial como base para la creación de plásticos biodegradables abarata enormemente los costes de producción del mismo.