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"Aquí descansan los restos de Adolf Hitler. Fallecido el 26 de octubre de 1892 a la edad de 60 años. Rueguen por su alma", se lee en rumano y hebreo en una tumba del cementerio judío Filantropía de la capital rumana, Bucarest. No se frote los ojos, es cierto. La historia de este bucarestino de fe mosaica la cuenta el cronista de la judería rumana Marius Mircu en el libro Filantropía, un cementerio lleno de vida.

Sorprendido por esta coincidencia digna del más irreverente humor negro, Mircu rastreó en los archivos y descubrió que el Adolf Hitler de Bucarest tenía una tienda de sombreros en la calle Real de la ciudad. El sombrerero Adolf Hitler se fue de este mundo antes de que el nazismo se abatiera sobre el continente, pero tener el mismo nombre que el Führer perturbaría por décadas la paz de su memoria.

En plena II Guerra Mundial, un empleado del cementerio reparó por casualidad en la inscripción de aquella lápida. Con la Rumanía del Mariscal Ion Antonescu de parte de Alemania en la II Guerra Mundial y en medio de la efervescencia del movimiento fascista rumano, los judíos eran despojados de sus derechos cuando no asesinados en brutales pogromos. Sirva como ejemplo la matanza perpetrada por los fascistas rumanos en enero de 1941, cuando decenas de judíos fueron llevados a un matadero, colgados de los ganchos y mutilados.

En este clima de terror el descubrimiento produjo un gran nerviosismo entre los enterados, que se apresuraron a destruir el texto en rumano con el nombre de Hitler, ya que de llegar a oídos de las autoridades filonazis rumanas, bien podría haber causado brutales represalias.

Cuarenta años olvidado

Así, tuvieron que pasar más de 40 años para que el recuerdo del Hitler hebreo volviera a ser honrado. "La reparación se produjo en 1987, por iniciativa del Jefe Rabino Moses Rozen", cuenta el ingeniero Iosif Cotnareanu. "Fue un acto de justicia, porque este hombre no tenía ninguna culpa de tener el nombre que tenía", recuerda.

Como casi todos los cientos de miles de judíos que hicieron de las comunidades rumanas unas de las más numerosas del mundo, los herederos del comerciante de la calle Real ya no viven en Rumanía. Morirían bajo la bota fascista durante la II GM, o emigrarían a Israel, EE UU, Francia y Hong Kong, porque han llegado a venir desde este lugar a dejar flores en la tumba.

Hoy, nadie lleva flores a la tumba de Adolf Hitler. El sombrerero judío, que publicitaba su negocio en diarios yidish, jamás habría pensado que regresaría así a la prensa.