Desde su creación en 1949 con el Tratado de Washington, la OTAN ha sido un ente europeo-americano que respondía a los desafíos de aquella época, un mundo bipolar donde el mayor enemigo al que hacer frente era la antigua URSS. Buscaba proteger a las naciones del Atlántico norte aliadas, una necesidad de autodefensa que hoy se desplaza al hemisferio sur debido a las nuevas amenazas surgidas tras el desmoronamiento de la URSS y la emergencia de nuevas amenazas: los Estados fallidos, los conflictos asimétricos, el terrorismo islamista internacional, el ciberterrorismo y la apuesta nuclear (todos ellos surgidos en forma de actores tanto estatales como no estatales); por otro lado, la pobreza, el cambio climático y el abastecimiento de energía como nuevos factores de desestabilización, que nos golpean más allá de las fronteras inicialmente marcadas por la OTAN, y que como consecuencia de la globalización, aunque emerjan desde el sur ponen en jaque a las potencias de la zona norte que la fundaron.

El primer cambio de estrategia de la OTAN tras su creación fue en 1990, lanzado como nuevo concepto estratégico en la cumbre de Roma, que entró en vigor en noviembre de 1991, y con el que la alianza se hacía más europea y se extendía al Este como respuesta a la descomposición soviética y al auge de sus nuevos vecinos. Agregaba además novedades en contenidos, abordando por primera vez los problemas medioambientales y el apoyo a las operaciones de la ONU. En 1996 continuó haciéndose más europea con la creación del IEDS (pilar europeo), al mismo tiempo que empezó a desarrollar valores creando la Asociación por la Paz junto con los países del antiguo Pacto de Varsovia y Eslovenia. En el año 1997 se amplió definitivamente a los países emergentes de Europa del Este (Polonia, Hungría, República Checa, Eslovenia y Rumanía), e inició una cooperación con Rusia de la que hoy empezamos a ver afianzar sus frutos.

Se podría afirmar, por tanto, que la OTAN ha tenido una trayectoria de un marcado carácter europeo hasta la fecha, pero que con la incorporación de nuevas asociaciones estratégicas y nuevos contenidos está desplazando su ámbito geográfico y de contenidos hacia el hemisferio sur. Ha ido modificando sus ámbitos geográficos y los contenidos, pero nunca su nomenclatura inicial reducida a los dos antiguos bloques (euro-americano), lo que tal vez haya llevado a que la opinión pública la siga identificando como algo obsoleto. En resumen: la OTAN ha sido más europea hasta la fecha, y con el impulso de nuevas asociaciones con actores emergentes en la actualidad (Rusia, y la emergencia económica de China e India) se podría decir que empieza a expandir su influencia en el mundo y a estar presente más allá de sus fronteras iniciales.

No marcaba una nueva estrategia desde hacía veinte años, aunque a todos se les ha pasado por alto que ni el 11-S impulsó la creación de esta nueva estrategia que empieza hoy, y que sin embargo supuso su actuación, por primera vez, en un escenario fuera de sus fronteras tras el 11-S. Y que se ve forzada a impulsar esta nueva estrategia precisamente tras su desgaste en Afganistán. Y que no sólo es más asiática solamente por Rusia (que nos interesa por el abastecimiento de energía, su combate contra el emergente terrorismo yihadista del Cáucaso, y su potencial influencia sobre un Irán nuclear y el control sobre el tráfico de drogas), también por hacer frente a las nuevas amenazas del Sur: conflictos asimétricos, pobreza, Estados fallidos, y por contar de algún modo con las nuevas economías emergentes, que son asiáticas.