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Que el terrorismo islamista con base en el Magreb y la región africana del Sahel -una zona comprendida entre Mauritania y Somalia- es la mayor amenaza para Europa en general y España en particular es algo que se sabe desde antes de los atentados del 11-M. El riesgo de nuevos ataques "es actualmente medio-alto", según corroboró el vicepresidente del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba, a los parlamentarios de la comisión de gastos reservados del Congreso el pasado 22 de diciembre. La franquicia de la red terrorista Al Qaeda en la región, Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), se ha fortalecido en sólo tres años hasta alcanzar un lugar de honor entre los grupos más fanáticos que engloba la red de Osama Bin Laden en todo el mundo. En ese tiempo, AQMI ha conseguido unir la pericia de unos líderes con experiencia en combate en Afganistán con jóvenes licenciados en carreras técnicas y formados en la fabricación de bombas, lo que ha hecho que se convierta en un grupo extremadamente peligroso.

Con todo, el extremismo yihadista crece en un caldo de cultivo aún de mayor riesgo para Europa: la ausencia de perspectivas de futuro de miles de jóvenes desempleados en el Magreb, unido al alza de los precios de los productos básicos en toda la zona y la corrupción e ineficacia que acompaña a los regímenes gobernantes en la región. Las protestas violentas de jóvenes en paro que sacuden Túnez y Argelia en las últimas semanas están mostrando a Europa la fragilidad social que reina en ese territorio vecino del sur.

La chispa del conflicto

Cuando hace un mes Mohamed Bouazizi, un universitario tunecino en paro de 26 años, se inmolaba a lo bonzo después de que la Policía le confiscara el carrito con la fruta que vendía para sobrevivir, nadie podía imaginar que sería el detonante de una oleada de protestas que provocaría el pasado viernes la caída del poder y la salida precipitada del país de Zine el Abidine Ben Alí, el hombre que ha gobernado Túnez con mano de hierro durante 23 años, desde que derrocara a Habib Burguiba. Pocas horas antes, el mandatario depuesto había destituido a todo su Ejecutivo y prometía reformas, incluyendo la rebaja en el alto precio de los alimentos básicos: azúcar, aceite, harina..., y estaba dispuesto a convocar comicios adelantados en seis meses. Nadie le creyó. Ya era tarde y las calles de la capital se llenaron de miles de opositores llegados desde todos los puntos del país que exigían su dimisión. La fuerte represión policial no surtió efecto y, finalmente, el ejército y su primer ministro, Mohamed Ghannuchi, le incapacitaron y nombraron un gobierno interino con el propio Ghannuchi a la cabeza hasta que se convoquen nuevas elecciones.

El estallido social en Túnez, como poco antes en Argelia, tiene como denominador común la participación de jóvenes sin perspectivas de futuro y sin demasiadas opciones para manifestar su desencanto, sostienen los analistas. Pierre Vermeren, experto en historia del Magreb en la Universidad de París, opina que las protestas plantean un desafío para Europa, ya que Túnez se señalaba como un modelo a seguir para el norte de África. Jóvenes formados y abiertos que hacían de Túnez el país más moderno del Magreb. Sin embargo, de repente, la realidad indica otra cosa.

"Tanto en Argelia como en Túnez en particular, pero también en Marruecos, el modelo ha llegado al límite", comentó, por su parte, a la BBC Lahouari Addi, profesor de Sociología en el Instituto de Estudios Políticos de Lyon. Los jóvenes sufren hasta un 30% de desempleo; las universidades producen graduados que no encuentran trabajo (un 60% de parados universitarios).

La inmigración, válvula de escape

En un país con importantes reservas por la exportación de petróleo y gas como Argelia, el gobierno de Abdelaziz Buteflika asegura que controla la situación tras prometer la semana pasada una rebaja en los precios de los productos básicos, pero la contestación va en aumento. El cierre de las fronteras europeas a la inmigración magrebí, que solía ser una válvula de escape para las economías de la región, tampoco ayuda, más bien al contrario.

Con todo, los Veintisiete han llegado a la conclusión de que apuntalar el régimen marroquí es la mejor garantía para impedir el filtro de células terroristas hacia el continente. Para ello, el pasado 13 de diciembre, la UE ratificó en Bruselas un controvertido acuerdo de liberalización comercial con Rabat para los productos agrícolas y pesqueros, algo a lo que se oponen los productores de algunos estados miembros, como España, Francia o Italia.

Esta misma semana, agricultores de los tres países mediterráneos pidieron al Parlamento Europeo que bloquee el citado acuerdo comercial porque perjudica gravemente los intereses del sector hortofrutícola europeo y no soluciona el descontrol que en su opinión hay sobre la entrada de productos marroquíes. A cambio, Rabat ha respondido con la desarticulación de un grupo de 27 supuestos terroristas de Al Qaeda, que transportaban armas de precisión desde sus campos de Mali y Níger hasta el Sahara Occidental.