Los vientos de cambio político que soplan desde el Golfo Pérsico hasta el Magreb traen noticias mezcladas de incertidumbre y esperanza. Esperanza de libertad sin aparente marcha atrás en Túnez y Egipto e incertidumbre en Argelia, Bahrein, Libia y Marruecos. Por cercanía, lo que pueda estar fermentando en Marruecos es lo que con más interés deberíamos estar siguiendo los españoles. ¿Por qué? Pues porque la Historia nos enseña que cuando un régimen autoritario tiene problemas internos trata de ganar tiempo distrayendo a su opinión pública; creando conflictos en el exterior.

Cuando estaba acogotada la dictadura argentina, los militares de la Junta iniciaron la insensata aventura de Las Malvinas provocando la sangrienta respuesta militar de Londres. Otro tanto sucedió en Grecia cuando el régimen de los coroneles impulsó una insensata asonada en Chipre que provocó la intervención de Turquía y la posterior partición de la isla, tragedia que ha llegado hasta nuestros días. Marruecos es, pues, nuestra incertidumbre. Lo digo pensando en Ceuta y en Melilla y recordando la astucia de la que se valió Hassan II, padre del actual Rey de Marruecos, para, tras la Marcha Verde, quedarse con el Sáhara que por aquel entonces todavía era español.

La caída de Ben Alí en Túnez y la de Mubarak en Egipto ha puesto en pie a miles de ciudadanos que humillados por la miseria y la exclusión a la que les habían condenado las castas de mandatarios corruptos que dirigen los países árabes han dicho ¡Basta!. Marruecos no es una excepción. También en algunas de sus capitales han sido convocadas manifestaciones similares a las que iniciaron este proceso, primero en Túnez y después en Egipto. Doy por hecho que alguien en el Gobierno Zapatero está siguiendo este acontecer con la atención que requiere un proceso cuyo curso es imprevisible, tal es la velocidad a la que se están produciendo los acontecimientos. Así quiero creerlo, pese a la adolescente levedad de buena parte de sus manifestaciones políticas en otras áreas de decisión.